Populismo o primavera

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Por Denia León

A finales del siglo XX, América Latina daba la impresión que dejaría atrás el militarismo y la guerra de guerrillas pues con la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, todo parecía indicar que la ortodoxia marxista y los gobiernos dictatoriales de extrema derecha, tenderían a desaparecer del escenario político para dar paso al surgimiento de nuevos liderazgos que abandonarían el debate ideológico y concentrarían sus esfuerzos en fortalecer la gobernabilidad y las instituciones del Estado así como reducir la pobreza y erradicar la corrupción heredada de gobiernos militares y de dictadores que surgieron al amparo de las armas.

Así mismo, se suponía que los líderes que surgirían en este nuevo entorno político abandonarían las prácticas caudillistas de sus antecesores y serían personas más informadas y con una cultura democrática más arraigada pero la realidad, contradice la teoría.

Si bien es cierto, al ingresar al siglo XXI en Latinoamérica surgieron nuevos liderazgos algunos de ellos vinculados a la izquierda lo cual demuestra mayor tolerancia política, paralelamente, retornaron los gobiernos populistas de izquierda y de derecha propugnando por un Estado paternalista acentuadamente presidencialista que nulifica el debido balance que debe existir entre los poderes de la nación.

Al amparo de estos gobiernos populistas se ha ido fortaleciendo el surgimiento de líderes providenciales o mesiánicos los que en vez de sentar las bases de una economía sana que genere riqueza y empleo, centran sus políticas en el asistencialismo que facilita las prácticas corruptas y la concentración del poder.

El asistencialismo aunque en cierta medida contribuye a aminorar el impacto de las medidas económicas que favorecen exclusivamente a los mercados de capital y de producción bienes y servicios a escala, no contribuye a disminuir la desigualdad social pues permanecen vigentes los mecanismos que concentran la riqueza entre unos pocos mientras se reparten el poder entre las élites de los poderosos partidos políticos y cúpulas empresariales.

Estudios que se realizaron sobre la concentración de la riqueza estimaban que para el 2012, la riqueza en América Latina se concentraría a un ritmo más acelerado que en el resto del mundo pues mientras los ricos de otros continentes crecerían en un 7.7%, en esta región, lo harían a un ritmo del 10.8% por lo que concluían que Latinoamérica era aún más desigual que África o Asia.

Países pobres como Honduras no escapan a esta tendencia por lo que se ha convertido en una tierra fértil para los inversionistas que van en pos de mercados laborales que cuentan con mano de obra barata y políticas públicas que facilitan la acumulación y concentración de la riqueza.

Este sistema económico también facilita la concentración del poder político por lo que no resulta casual que los gobiernos populistas se fortalezcan apostando a la gobernabilidad basada en el establecimiento de un Estado paternalista que trata de cubrir las falencias del sistema con políticas asistencialistas que generan muy poca riqueza pero que propician la acumulación del poder.

Es por ello que no resulta casual que nos encontramos inmersos en un débil sistema democrático donde prevalece la economía de mercado centrada en el consumismo con muy pocas fuentes de generación de empleo y de riqueza mientras el Estado, permanece atado al campo normativo que en la práctica, no regula eficientemente el mercado de capitales ni el de bienes y servicios.

Pese a que Honduras pareciera estar condenada a permanecer anclada en las profundas y cenagosas aguas de la intolerancia política, la corrupción y la desigualdad social, es posible que las cosas cambien y que con la expansión de las comunicaciones, llegue la primavera a un pueblo que ha atravesado un largo y árido camino hacia la democracia.

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