EL BAUL DE LOS RECUERDOS por DENIA LEON

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Al recordar la historia de mi infancia, no puedo evitar contarla sin pensar en mis hermanos que desaparecieron de mi vida de forma inexplicable para mi corta edad, en el camino fui recogiendo partes de esa historia que ahora la cuento no como realmente sucedió sino como la guardé en mi mente.

En una helada mañana de invierno, mi madre recibió la triste noticia que mi hermano Emilio más conocido como “Milo” había muerto y que aún permanecía en el camino a la espera de que su cadáver fuera reconocido por las autoridades del pueblo. Milo era un niño de apenas siete años de edad, era alegre y todos lo amaban por su carácter afable, su vivacidad y generosidad, hasta hacía unos pocos días había concluido su primer año escolar y ahora yacía tendido en medio de un fangoso camino. –

Mi madre cuando ocurrió la muerte de Milo tenía tres años de separada de su ex esposo y recientemente había conformado un nuevo hogar con mi padre, Milo era el producto de su primer matrimonio, había contraído sus primeras nupcias a la temprana edad de diez y seis años y cuando ocurrió esta tragedia, apenas contaba con 23 años de edad. Era una mujer muy bella, delgada, alta, de hermosos ojos café claro que hacían juego con su pelo castaño lacio lo cual denotaba su ascendencia española o judía.

En el pequeño pueblo donde vivía mi madre, era usual que una muchacha se casara a tan temprana edad, especialmente  si se encontraba en su situación pues había  quedado huérfana junto a tres hermanos menores cuando apenas tenía quince años de edad por lo que al ser la mayor, tenía bajo su cuidado a sus otros hermanitos . Ella soñaba con que al casarse podría continuar con el cuidado de los mismos,  pero pronto se dio cuenta que las cosas no eran tan fáciles como las pensaba, pues inmediatamente que se casó tuvo que trasladarse a una finca que quedaba a unos pocos kilómetros del lugar donde había nacido mientras sus hermanas menores, permanecían en el pueblo donde tuvieron que trabajar en un almacén para ayudar a sostener su casa pues aunque habían heredado de sus progenitores una cómoda vivienda y algunas tierras, poco a poco las perdieron hasta quedar únicamente con su casa que quedaba a escasos metros de la plaza del pueblo.

Su situación en la nueva familia tampoco le fue fácil a mi madre, los padres del muchacho con quien había contraído matrimonio, no compartían la elección que había hecho su hijo porque consideraban que  mi madre, no había sido educada para la vida en la granja además creían que se habían casado demasiado jóvenes así que mientras ella se dedicaba a las labores del hogar y al cuidado de Milo su primer hijo, pronto tuvo que hacerle frente a otra responsabilidad con la venida al mundo de su segundo hijo René por lo que entre el cuidado a su casa, su esposo y sus dos hijos apenas tenía tiempo para su pasatiempo favorito la lectura de sus amados libros lo cual la llenaba de nostalgia ansiando retornar al corazón de su pueblo donde habían quedado  sus tres  hermanos menores que ella.

La rutina de sus tareas domesticas y la falta de empatía con su esposo la fueron alejando poco a poco del padre de sus hijos al extremo, que un día decidió retornar a su antiguo hogar llevando consigo a sus dos pequeños hijos .

Es de esa forma, que mi madre retorna a la casa que fuera de sus padres junto a sus hermanos llevando consigo a Milo, su hijo mayor y a René que apenas tenía un poco más de un año de edad. La llegada a su antiguo hogar tampoco le fue fácil pues como era de esperarse, fue objeto de comentarios entre las personas que le conocían pero ella sin amilanarse  por los chismes que suscitaba su separación con su esposo, comenzó a pensar en la forma en que debería ganarse la vida, primero probó convertirse en costurera como sus hermanas menores que estaban siendo reconocidas por su habilidad en el diseño y el bordado pero pronto se dio cuenta que carecía de tales habilidades así que decidió aprender a hacer pasteles y preparar  alimentos que ofrecía a los pocos turistas o comerciantes que llegaban al lugar aprovechando la ubicación estratégica de su casa, de esa forma, comenzó un pequeño negocio que le permitió subsistir junto a sus hijos y hermanos.

Fue en esa época cuando tuvo la oportunidad de conocer a mi padre quien era un joven muy apuesto que había llegado al pueblo acompañado de su padre y un hermano mayor. Eran inmigrantes de un vecino país por lo que llegaban cargados de mercancía que ofrecían en el pueblo y en las comunidades cercanas.

Mi padre traía de sus largos viajes, zapatos, puros, jarcia y otros artículos necesarios para los hombres del campo y así comenzó este joven emprendedor bajo la tutela de su hermano a labrarse un camino en un país que no era el suyo pero al cual pronto se adaptó quedándose durante varios años hasta que tuvo que regresar a su país de origen.

Como era usual, los extranjeros o los que provenían de otros lugares llegaban a la casa de mi madre en búsqueda de una  comida caliente que elaboraba al calor del fogón así que no fue casual que mi apuesto padre inmediatamente se enamorara de aquella hermosa mujer divorciada que trabajaba incansablemente para alimentar a sus dos pequeños hijos, Milo que por ese entonces contaba con seis años y René su hermano menor quien apenas tenía alrededor de tres años de edad.

Pero la felicidad a veces viene acompañada de una tragedia, mi madre al conocer a mi padre por primera vez tuvo la oportunidad de conocer el verdadero amor de su vida por lo que no fue extraño que después de un año de conocerse, decidieran unir sus vidas sin hacerlo frente a un altar pues los separaban la religión, mi padre era un católico confeso y mi madre evangélica sin embargo, eran felices, al año de consolidar su unión vine al mundo pero pronto les sobrevino la tragedia que marcaría para siempre sus vidas.

Los abuelos paternos de los niños, al conocer que mi madre estaba unida a mi padre, decidieron interponer una demanda en su contra ante el juez de Letras del pueblo, un hombre influyente que era precisamente amigo de la familia del padre de sus hijos quien en forma inmediata,  atendió la solicitud de custodia de los dos pequeños aduciendo que deseaban evitar que los niños sufrieran con un padrastro y que como sus abuelos habían quedado solo en compañía de su hija menor pues el padre de los niños había vuelto a contraer segundas nupcias, necesitaban que los varoncitos crecieran bajo su amparo y de esa forma, asegurar que en su vejez tuvieran quien les atenderían sus propiedades en el campo.

Mi madre pese a los reclamos de sus ex suegros, logró conservar temporalmente sus dos hijos. Milo por su parte, se había adaptado perfectamente a su nuevo padre quien lo había aceptado como si se tratara de su propio hijo compartiendo algunas faenas propias de su actividad comercial mientras René continuaba pegado al regazo de su madre que lo protegía pensando que de esa forma, evitaría desprenderse de ambos .

Mientras Milo crecía bajo la protección de mis padres, una fresca mañana sucedió una tragedia que  marcaría para siempre nuestras vidas. Era un  sábado en la que mi padre salió junto a mi hermano a  dejar los caballos a un pastizal que quedaba en las afueras del pueblo, en esa fría mañana que presagiaba la llegada del invierno aunque el cielo lucía despejado, era una  mañana fresca  iluminada por los tenues rayos del sol que penetraban entre los espesos pinares que circundaban el camino, los pájaros cantaban mientras el rocío que cubría los pinos, goteaba sobre la tierra húmeda impregnando el aire con la fragancia que despedían los mismos.

La corta travesía desde el pueblo hasta el potrero permitía que la caminata resultara agradable y nada presagiaba que ese día, Milo perdería su vida y que mi padre  y mi madre tendrían que recoger sus restos a lo largo de ese camino .

A Milo en algunas oportunidades, mi madre le permitía llevar su caballo en compañía de mi padre a pastar al potrero y recorrer ese tranquilo trayecto que conducía a los baños públicos del lugar. Fue así que mi padre  ajeno a la tragedia que les asechaba, al llegar frente al rústico portón de madera, se bajó de su caballo para franquear la llegada de Milo adelantándose algunos metros mientras desensillaba su caballo y esperaba que Milo avanzara los pocos metros que los separaban, sin imaginar ni por un instante  el grave peligro que lo asechaba. Milo por su parte, al llegar frente al portón del potrero también se bajó de su caballo y se anudó el lazo alrededor de su cintura para avanzar a pie hasta donde se encontraba mi padre.

Tenía un caballo que normalmente era un apacible animal, pero esa vez, inexplicablemente se negó a entrar por el estrecho portón emprendiendo una veloz carrera llevándose consigo a su joven jinete cuesta abajo quien inicialmente clamaba inútilmente por ayuda.

Mi padre a sus llamados de auxilio instintivamente corrió a pie pretendiendo alcanzar al desbocado animal pero al percatarse que no podría hacerlo de esa manera, montó nuevamente en su caballo y emprendió la persecución del desbocado animal el que continuaba con su fatídica carrera por el tortuoso camino mientras mi padre trataba de alcanzarlo pero pronto cesaron los gritos de mi hermano dejando a su paso rastros de su sangre y de su piel así como jirones de su pequeño vestuario.

En su angustia mi padre recordó que aún llevaba una pistola en su cintura la cual descargó sobre el brioso animal hasta que este se detuvo cayendo inerte casi sobre los despojos del pequeño niño que lucía desfigurado  y cubierto su cuerpo de lodo y sangre. Mi padre angustiado recogió el cadáver del pequeño niño clamando a gritos por ayuda a unos campesinos que transitaban por el lugar, pero todo era en vano, mi hermano y su caballo estaban muertos unidos por el lazo que había sido atado a la cintura de Milo y al cuello del animal  .

La noticia sobre la trágica muerte de Milo se conoció como reguero de pólvora en todo el pueblo, un transeúnte llegó a informarle a mi madre sobre la infausta noticia de la muerte de su amado hijo mientras otro se encontraba en la posta policial informando a las autoridades sobre la trágica muerte de mi hermano.

Mi madre en medio de su dolor no podía dar crédito a lo que sus ojos veían, su pequeño hijo destrozado le fue llevado a su casa donde lo prepararon y velaron para llevarlo al siguiente día al viejo cementerio del lugar donde reposaría junto a sus abuelos maternos. Su triste final sería el comienzo del calvario de mis padres.

Los abuelos paternos de Milo culpaban a mis padres de su muerte por lo que tuvieron que enfrentarse a la policía local sin embargo, concluyeron que la muerte del  niño había sido accidental pero el implacable juez de paz del lugar quien como lo hemos mencionado, era muy amigo de los abuelos paternos de Milo no se conformó con las investigaciones policiales sino que reanudó sus diligencias legales para despojar a mi madre de su hijo menor, René.

Pese a que mi madre cargaba con la cruz de su dolor, René continuó visitando la casa de sus abuelos paternos pero un domingo cualquiera, el pequeño niño no volvió a la casa de mi madre. Los reclamos de mi madre ante el juez fueron infructuosos hasta que tuvo que resignarse a que su segundo hijo viviera con sus ex suegros quienes a decir verdad, lo prodigaban de todo tipo de atenciones y lo amaban como si se tratara de su propio hijo.

El dolor de mi madre no lo atenuaba ni la presencia mía que era la primera hija de mi padre ni los hijos que después le sucedieron, pero con el paso de los  años, mi madre se acostumbró a ver  pasar a René cada domingo por la mañana frente a la acera de su casa en compañía de su tía a quien  posteriormente reconocería como a su madre.

En esa época, René por su corta edad, caminaba tomado de la mano de su tía para acudir al servicio dominical de la iglesia del pueblo que quedaba justo antes de la casa de mi madre por lo que su familia paterna, tuvo que aceptar que mi madre permaneciera vigilante de los paseos de su hijo.

Los domingos eran un consuelo pero significaban un calvario para mi madre, sufría al ver pasar a su pequeño hijo sin poder acercársele por lo que se conformaba con enviarle con cualquier emisario caramelos o ropa que normalmente le prohibían sus abuelos que los aceptara por lo que con el paso del tiempo, se fue acostumbrando a verlo desde lejos esperando esos domingos cuando pasaba frente a su casa pero  sin que pudiera tener el consuelo de acariciarlo o estar a solas con su hijo por lo menos durante unos pocos minutos .

René debido a su corta edad, permanecía ignorante de su verdadera situación familiar pues con el paso de los años, parecía haberla olvidado y aunque mi madre no dejaba de insistir enviándole dulces y ropa con la esperanza que su pequeño hijo la recordara, en su interior sabía que todo sería en vano, había sido castigada por tener un nuevo hogar, sus lágrimas y ruegos porque se le permitiera ver a su pequeño hijo habían resultado infructuosos así que no le quedaba otra alternativa que conformarse con ver a su hijo de lejos y seguir adelante con su nueva familia.

René poco a poco se fue acostumbrando a su nuevo hogar y  mi madre a verlo de lejos hasta que un buen día desapareció. Los domingos dejó de pasar frente a la casa de mi madre por lo que ella trató de indagar las razones por las que ya no iban a la iglesia hasta que se enteró que los abuelos del niño habían decidido irse a vivir a otro pueblo lejano sin que nadie pudiera dar una referencia exacta del lugar en que vivían, al parecer habían vendido sus propiedades en el pueblo y decidieron comprar otras en otro lugar alejado de la presencia de mi madre y así pasaron muchos años sin que pudiéramos tener noticias de René y sin saber que era de su vida.

Pero un buen día, a mi madre la visitó René convertido en adolescente, voluntariamente quiso reencontrarse con mi madre ya que habían pasado tantos años que apenas la recordaba. Posteriormente comenzaron las visitas esporádicas de mi hermano sin embargo, el tiempo y la distancia habían levantado un muro invisible entre madre e hijo que continuaría de esa forma hasta la muerte de mi madre.

Las heridas de esa perdida con el paso del tiempo fueron cicatrizando, en el rostro apacible de mi madre, quedarían  las huellas de su profundo dolor . De la pérdida de sus pequeños hijos sólo quedaba una resignada calma que poco a poco se convirtió en alegría por la presencia mía y de mis otros dos hermanos, sus nuevas responsabilidades fueron mitigando el dolor que la embargaba.

Sin embargo, aún recuerdo que pasaron muchos años desde la muerte de Milo en los que mi madre, permanecería largas horas por la mañana, recluida en una habitación donde tenía un antiguo baúl de madera  en el que guardaba la ropa de sus pequeños hijos perdidos y las pocas fotografías que  conservaba de sus primeros años de vida pero también esas imágenes se fueron diluyendo hasta quedar borrosas por el paso del tiempo.

El baúl permaneció durante muchos años guardando esos dolorosos recuerdos de mi infancia, después me pareció que lo trasladaron a un viejo cuarto de madera en el que sol penetraba por sus rendijas iluminándolo  pero las visitas de mi madre se fueron escaseando hasta que finalmente el baúl de los recuerdos desapareció y jamás volví a verlo aunque aún conservo en mi memoria,  el recuerdo del rostro lloroso de mi madre inclinado sobre su viejo baúl que  por siempre guardaría esos trágicos recuerdos.

 

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