A 65 años del gobierno de Julio Lozano Díaz: ¡Julio, renunciá y nos vamos a casa!

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Llegó al poder sin pasar por las urnas. El 1 de enero de 1955, Julio Lozano Díaz asumía la presidencia de la República sin buscarlo ni quererlo, como dijo en su discurso de toma de posesión,

Tenaz, meticuloso, desconfiado y temperamental, fue el hombre que capitalizó unas elecciones que habían ganado los liberales en octubre de 1954, origen de toda esta agitada trama política.

Tanto como presidente provisional o como dictador, Lozano Díaz controló los hilos del país hasta el 21 de octubre de 1956, cuando una junta militar lo derrocó por fraguar un nuevo y descomunal fraude electoral que le daría seis años más en el poder.

En tan solo18 meses, este controvertido personaje sumergió a Honduras en uno de los pasajes más oscuros de su historia, lleno de las más puras triquiñuelas de la política sucia, la represión brutal a la oposición y una descarada injerencia de Estados Unidos.

“El CONTADOR”

El protagonista de esta historia nació en la Tegucigalpa minera del 24 de marzo de 1885. Tras forjar una carrera de contador en la Rosario Mining Company, ingresó al gobierno ocupando casi todos los ministerios hasta llegar a vicepresidente de la República, cargo que ocupaba cuando cambió el destino de Honduras.

Como lo dice su primer apellido, era descendiente de María Josefa Lastiri Lozano, la mismísima esposa del general Francisco Morazán. De aspecto elegante, según sus biógrafos, el futuro tirano se casó con doña Laura Vijil, con la que vivió hasta su muerte en Miami en 1957 sin tener hijos. Viuda y solitaria, la primera dama terminó regalándole al Estado la casa que sirvió de despacho presidencial, ahora convertido en Museo (Villa Roy) y el único recuerdo material en pie del “lozanato”.

Los historiadores se siguen preguntando cómo este personaje pasó a convertirse de la noche a la mañana en el hombre más poderoso del país. Solo las circunstancias de ese momento podrían haber creado las condiciones para el ascenso de un político de ideas retorcidas. Su perfil, es el molde original de los políticos de ahora: Megalómano, rodeado de asesores serviles y ambiciosos en la medida de sus delirios.


Julio Lozano con su gabinete inicial, el 1 de enero de 1955.

1954: GANAN LOS LIBERALES PERO….

Entre 1949 y 1954, Lozano Díaz pasa bajo la sombra del presidente Juan Manuel Gálvez, quien había sucedido al general Tiburcio Carías Andino (1933-1949) para el nuevo sexenio que terminaría el 1 de enero de 1955. Los dos habían sido funcionarios del viejo dictador, pero intentan desmarcarse de él dando a su gobierno nuevos aires de democracia y respeto a los derechos humanos conculcados durante la dictadura.

Los problemas para Gálvez se complican a partir de las elecciones del 10 de octubre de 1954 para escoger a su sucesor. El desenlace de estos comicios sería inmortalizado años después en el corrido “La Historia de los liberales” de los “Hermanos Mejía” con una frase célebre que las generaciones rojiblancas de pura cepa recordarán en las campañas electores hasta hoy: “El año 54 lo tengo muy bien presente/ganaron los liberales y otro fue el presidente”.

Y así fue. Los liberales, con Ramón Villeda Morales como candidato, se imponen en esos comicios frente a los nacionalistas, que se presentan a las urnas divididos en dos facciones: La oficialista comandada por Carías y la reformista postulando al antiguo vicepresidente de este, el general Abraham Williams Calderón.

A pesar del triunfo, Villeda Morales no puede ser declarado presidente al no ganar por mayoría simple en las urnas, como exigía la constitución de turno. Los nacionalistas le hicieron fraude en varios departamentos y hasta le quitaron dos diputados en El Paraíso. En consecuencia, la elección debía hacerla el nuevo Congreso, cuya instalación estaba fijada para el 5 de diciembre de 1954.

Los villedistas entran en pánico puesto que solo cuentan con 26 de los 59 diputados, entre tanto, Carías (21) y Williams Calderón (12) se reparten el resto. Necesitan 39 votos si es que uno de ellos quiere ser presidente. Vienen los intensos cabildeos, zancadillas y traiciones.

El viejo zorro dictador acaricia la posibilidad de volver al poder, ya que, si no hay acuerdo en el Congreso, la elección debía hacerla la Corte Suprema de Justicia, que él controlaba. Podía apoyar a Villeda para quedarse con una buena tajada del pastel, pero jamás lo hará en venganza a lo mismo que le hicieron los liberales en los comicios de 1923, cuando le arrebataron las elecciones de la misma manera que él y los reformistas están a punto de hacerle al líder colorado. En aquel entonces, Carías ganó sin mayoría simple, pero Juan Ángel Arias y Policarpo Bonilla, los dos candidatos rojiblancos de entonces, bajo el mismo argumento constitucional, se radicalizaron y prefirieron la guerra civil a entregarle el poder.

Williams Calderón, por su parte, no le perdona a Carías haber preferido a Gálvez como candidato en 1949, razón por la cual decidió fundar su efímero partido (Movimiento Nacional Reformista). Por un momento piensa en Villeda y aunque puede convencer a varios diputados de Carías, desiste por temor a que no le cumpla después. Sin embargo, le hace una propuesta descabellada: Lo apoya sí renuncia después para que su vicepresidente Enrique Ortez Pinel asuma la silla presidencial.


Abraham Williams Calderón (sentado de corbatín) con sus diputados reformistas en 1954.

GÁLVEZ Y LA EMBAJADA

A tres semanas de la instalación del Congreso, Gálvez y la embajada Americana le dan un giro a la elección presidencial. Washington llama a su embajador en Honduras, Whiting Willhauer, y lo instruye para impedir a toda costa el ascenso de Villeda. En plena guerra fría, el Departamento de Estado teme que el candidato liberal, una vez en el poder, convierta a Honduras en otra Guatemala donde, meses atrás, la CIA había fraguado la renuncia del presidente Jacobo Arbenz por atentar contra los intereses de las compañías bananeras. Desde principio del siglo pasado, cada presidente hondureño tenía la bendición de las fruteras, El Pulpo o el Trust, como también se les conocía.

“Villeda Morales, aunque predica y confiesa ser anticomunista, nunca ha hecho nada para perjudicar a los comunistas en Honduras, se encuentra bajo alguna forma de influencia comunista. Si Villeda Morales llega a la presidencia, probablemente, nombrarán a comunistas en algunos puestos claves”, subraya uno de los despachos del Departamento de Estado al embajador Willhauer, citados por Mario Argueta en su libro “Luces y sombras de una primavera Política, 2009”.

En el 2016, en una carta a este rotativo contando las interioridades de estas elecciones, Vicente Williams Agasse, hijo de Williams Calderón, afirmó haber acompañado a su padre en varias campañas y ser testigo de las muchas reuniones con Willhauer. “Era un hombre soberbio, más político que diplomático, que visitaba casi diariamente nuestra residencia, para oponerse a la posible elección de “Pajarito”, como siempre llamaba a Villeda, acusándolo de tendencias comunistas. Algunas veces personalmente lo observé en franco estado de ebriedad”.

En esas condiciones, Villeda Morales sentía que la presidencia se le escapaba de las manos. Carías y Williams, a estas alturas, tenían el sartén por el mango, pero tenían que cerrar filas y olvidar sus rencillas de lo contrario, Lozano Díaz será el futuro presidente.

Surgen además las primeras traiciones en las filas liberales: Ortez Pinel corrió en un principio a ponerse a la orden de Gálvez y de la Embajada Americana en caso que prosperara la propuesta de Williams Calderón a Villeda. Después se fue con Lozano Díaz para asegurar un puesto sí el desenlace era un gobierno de coalición.

RENUNCIA EL PRESIDENTE

Estos días son de infarto para los tres bandos. Los liberales estaban tan desesperados que ofrecieron hasta el 50 por ciento de los cargos del gobierno a los reformistas y también sondearon a Carías sin resultado.

Con las tres partes radicalizadas, el presidente Gálvez seguía sin aparecer como mediador a pesar del inminente peligro que el congreso no se instalara y, por consiguiente, se rompiera el orden constitucional. “Frente a esta situación injusta, el presidente Gálvez no supo qué hacer…sino, sentirse mal”, comenta sarcásticamente el francés André-Marcel d´Anns, en su libro “Honduras. Difícil emergencia de una nación, de un estado”, editado en París y traducido al español por su compatriota Albert Dipienne, quien vivió en Honduras hasta su fallecimiento en el 2005.

En efecto, contrario a lo que se esperaba de él, Gálvez renuncia el 15 de noviembre aduciendo problemas de salud y se marcha a Panamá. Por ley, Lozano Díaz asume las riendas del país y ahora deberá encarar la complicada elección presidencial en el Congreso, dentro de tres semanas. La renuncia de Gálvez, a todas luces calculada para provocar el caos, aumenta la incertidumbre de la gente en las calles. Negros nubarrones aparecen sobre la apacible Tegucigalpa de unos 500 mil pobladores en ese entonces.

Tal como se presagiaba, en las sesiones preparatorias del 1 y 3 de diciembre se presentan únicamente los diputados villedistas, quienes se quedan esperando hasta las 12 de la noche a sus pares nacionalistas, que nunca llegaron. De este modo, en la madrugada del 6 de diciembre de 1954, Lozano Díaz asume todos los poderes de Estado. Para sorpresa del pueblo, el 8 de diciembre, regresa Gálvez de su autoexilio y en buenas condiciones de salud.

Este hecho, manchará la gestión de Gálvez a quien le habían reconocido un gobierno reformista, tolerante, alejado de los vicios de la vieja dictadura de Carías, permitiendo el voto a las mujeres, el regreso de muchos líderes políticos exiliados y las primeras políticas laborales que dieron origen años después al Código del Trabajo.


Ramón Villeda Morales y Enrique Ortez Pinel (derecha) en campaña en Olanchito en 1954.

1955: EL ASCENSO

El 1 enero de 1955, Lozano Díaz comenzó su gobierno transitorio con buenos augurios. En su discurso, esperado por la población, prometió un gobierno de unidad nacional y convocar cuanto antes a una asamblea nacional constituyente para permitirle al pueblo escoger a su presidente en las urnas. “Nadie podrá afirmar honradamente que yo he creado o buscado esta difícil situación. Ni siquiera lo he deseado”, dijo, según cuenta Lucas Paredes en su obra clásica “Drama Político de Honduras”, editado en México en 1959.

Y como muestras de lo que hablaba, integró en su gabinete de unidad con varios renombrados liberales, distanciados de Villeda, entre ellos, como era de esperarse, Ortez Pinel. También abrió espacio para los caríístas y reformistas en su gabinete. El mismo Villeda Morales celebró la transición. “En realidad, el gobernante parecía un sol que a todos alumbraba y a nadie quemaba”, agrega Paredes acuñando la famosa frase atribuida al antiguo contador.

Sobre el inicio de la gestión de Gálvez, Juan Ramón Martínez recalca en su obra “El asalto al cuartel San Francisco” (2006, segunda edición): “La medida política más inteligente de don Julio Lozano fue la integración del Consejo de Estado con integrantes de los tres partidos, transmitiendo a la opinión internacional la idea de un gobierno estable”.

A tono con su discurso, Lozano Díaz, dará otra magistral jugada de estadista que será recordada para siempre: El 25 de enero de 1955 ratifica el decreto que le permite a las mujeres ejercer el sufragio. El decreto había sido aprobado en el gobierno de Gálvez, tras casi tres décadas del movimiento femenino hondureño exigiendo el derecho universal de elegir y ser electas.

APARECEN LOS “PUMPUNEROS”

A mediados de junio, no obstante, pronto aparecen las intrigas de nuevo entre villedistas, caríístas y reformistas. El embajador Williaur sospecha que Lozano Díaz desea seguir en el poder. Ortez Pinel vuelve a la carga y lo comienza a promover en las plazas públicas.

El 12 de octubre de 1955, Lozano Díaz se delata. Varios de sus asesores, obsesionados por conservar sus puestos, fundan el Partido de Unidad Nacional (PUN), con el objetivo de presentarlo como candidato en la próxima constituyente. Todos los integrantes de este movimiento pasarán a la historia con el nombre de los “pumpuneros”.

Las intenciones dictatoriales de Lozano Díaz, ponen en alerta a sus rivales. Carías manda al carajo a una comitiva oficialista que lo visita para convencerlo que apoye el continuismo de Lozano, mientras, los liberales se preparan para otra batalla electoral. Villeda conservaba la popularidad y estaba seguro de obtener un 80 por ciento de los votos si las elecciones eran limpias, pero sabía que los nacionalistas le jugarían sucio. Con todo, confiaba que Lozano Díaz recapacitara y regresara la constitucionalidad al país. El embajador Willhauer sigue dudando del líder liberal. “Ofrece señales perturbadoras de ser, potencialmente, otro Arbenz”, dice otro despacho del diplomático citado por Argueta. “Personalmente es egoísta, tiene una esposa (Alejandrina Bermúdez) dominante que a ratos parece controlarlo, es extremadamente ambiciosa y muy izquierdista”, agrega.

Lozano Díaz se ha pasado todo 1955 intentando convencer a sus opositores que acepten su continuismo con la misma vehemencia que estos le exigen una constituyente lo más pronto posible. El 3 de enero de 1956 rompe definitivamente su gobierno de unidad al final de una mesa redonda, la última que tuvieron. La imagen del hombre tolerante que había vendido al principio se vuelve tosca y violenta. Agarra a palos a todos los disidentes. A Villeda Morales lo manda al exilio junto al periodista Óscar A. Flores y el presidente del Partido Liberal, Francisco Milla Bermúdez, quienes se venían desempeñando como sus asesores. La embajada calla y echa andar toda su maquinaria para proteger sus intereses y mantener a raya a Lozano Díaz y a “los comunistas”.

“DIMOS CAPOTE”

Con la oposición amedrentada, Lozano Díaz quiere legalizar su período cuanto antes y convoca a elecciones constituyentes para el 6 de octubre en la que se elegirán 59 diputados. Los caríístas se retiran de la contienda y, después, los liberales hacen lo mismo denunciando un fraude monumental a la vista. Pese a esto, los “pumpuneros” dan marcha adelante a las elecciones más fraudulentas de todos los tiempos ganando todas las diputaciones. Tanta fue la algarabía del dictador, según Paredes, que se jactó del triunfo diciendo, “dimos capote”.

Como si nada había pasado, Lozano Díaz se prepara para la asunción presidencial en noviembre, pero sus planes quedan truncados en la mañana del 21 de octubre cuando las Fuerzas Armadas lo sacan del poder. El periodista Medardo Mejía, que había servido al régimen, narraría, más adelante, en su libro “Historia de Honduras. Tomo IV”, las horas finales de Lozano Díaz. Para ese entonces, el dictador está maltrecho de salud y ha sobrevivido a un infarto. “Los militares se encaminan a la Casa Presidencial para sacar al dictador”, relata Mejía. “La nerviosidad siguió a su colmo cuando doña Laura Vigil de Lozano, bajó del segundo piso dando gritos como Casandra: “¡Julio, ¡Julio, tú no tienes necesidad de este empleo ni de ser presidente, renuncia y nos vamos de una vez a nuestra casa!” Dijo estas palabras trágicas mientras los aviones arreciaban su estridencia. Los partidarios de Lozano comenzaron a salir en puntillas”.

En las horas siguientes, una junta militar asume las riendas del país permitiendo el regreso de los exiliados entre ellos Villeda Morales, Flores y Bermúdez y convocando a elecciones constituyentes. Villeda triunfa de nuevo en esos comicios y el 21 de diciembre de 1957 el Congreso lo inviste presidente para un sexenio que terminaría el 21 de diciembre de 1963 pero que fue interrumpido por un golpe militar el 3 de octubre de este año.

Diario La Tribuna/Eris Gallegos.

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