El respaldo de Donald Trump oculta una perspectiva sombría para Juan Guaidó

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El presidente de Estados Unidos ha convertido a la atribulada nación sudamericana en un peón político en su nueva guerra fría con Rusia.

Cuando el presidente estadounidense, Donald Trump, presentó al presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó —quien estaba sentado en el palco de la primera dama, Melania Trump—, como “el verdadero y legítimo presidente de Venezuela” durante el discurso del 4 de febrero del Estado de la Unión, Guaidó fue ovacionado de pie por congresistas, tanto republicanos como demócratas. La mención incluyó el compromiso de Trump de que “el dominio de la tiranía de Maduro va a ser aplastado y quebrado”. Fue un momento unificador en medio de su divisivo discurso. Esa noche, Guaidó se hospedó en la Blair House, reservada para dignatarios extranjeros, con la bandera venezolana en la fachada, y se reunió con Trump en la Casa Blanca el 5 de febrero.

La reunión con Trump, y su respaldo, coronaron la gira internacional de Guaidó —quien desafió la prohibición de viajar que le impuso el gobierno venezolano— destinada a aumentar el apoyo de su coalición en medio de los esfuerzos para desalojar a Maduro del poder. El viaje incluyó una visita de Estado a Colombia, así como reuniones con Boris Johnson en Londres, con Emmanuel Macron en París, con las autoridades de la Unión Europea en Bruselas, además de encuentros con múltiples líderes en el Foro Económico Mundial de Davos y con el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, en Ottawa.

El apoyo de Trump le proporcionará a Guaidó un nuevo impulso dentro de su coalición, y aumentará las posibilidades de que pueda regresar a Venezuela sin ser arrestado. Sin embargo, eso no cambia el contexto político actual del país, que tiene a la coalición opositora contra las cuerdas. El intento brusco realizado el mes pasado por el gobierno de Maduro para tomar el control de la Asamblea Nacional, dominada por la oposición, ha dejado a ese cuerpo legislativo con dos presidencias: una controlada por Guaidó y otra por disidentes de la oposición aparentemente comprados por Maduro. Ese enfrentamiento probablemente será decidido en las próximas semanas por el Tribunal Supremo de Justicia, que es controlado por Maduro, por lo que probablemente no favorecerá a Guaidó. 

En sus comentarios sobre Venezuela, Trump no hizo nuevos anuncios. De hecho, la innovación más importante fue el hecho de que no mencionó la “opción militar”. Hasta hace poco, su gobierno había declarado constantemente: “Todas las opciones están sobre la mesa”. Y esa amenaza es lo que ha obstaculizado los esfuerzos políticos de la oposición. Los radicales de la oposición, que piensan que la intervención militar está lista para ser desplegada, ven a quienes quieren involucrarse en la política como ingenuos en el mejor de los casos, o como cómplices peligrosos en el peor escenario.

No obstante, Trump hizo hincapié en el liderazgo de Estados Unidos con respecto a Venezuela y ahí es donde está el problema. El gobierno que hace un año asumió esa causa de manera tan explícita efectivamente convirtió a Venezuela en un peón geopolítico. No es casualidad que el canciller ruso, Serguéi Lavrov, viaje a Venezuela el 7 de febrero. El viaje no solo llega después del discurso del Estado de la Unión de Trump, sino que se produce una semana después de la visita del secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, a Ucrania y a otras exrepúblicas soviéticas.

Es esta nueva versión de la guerra fría la que, al final, minó la serie de negociaciones entre el gobierno y la oposición venezolanos que de mayo a agosto del año pasado moderaron diplomáticos noruegos. Cuando la oposición, después de dos meses, sorprendió al gobierno venezolano con una propuesta concreta, Maduro la evadió en gran parte porque sabía que podía contar con el apoyo de Rusia. El anuncio teatral de John Bolton —quien en ese entonces era el asesor de seguridad nacional estadounidense— de nuevas sanciones y una declaración de que “el tiempo para el diálogo ha terminado” fueron la excusa que Maduro necesitaba para retirarse de las negociaciones. Las críticas de Estados Unidos al proceso de negociación también envalentonaron a los opositores radicales que presionaron con éxito para finalizarlas.

A pesar de la demostración de apoyo de Trump, en ningún momento del último año Guaidó ha estado en una posición peor para unificar a la oposición en torno al tipo de acciones políticas que han llevado a transiciones democráticas en contextos autoritarios tan diversos como Polonia, Sudáfrica y Chile. No solo los radicales de la oposición se han envalentonado con planes completamente inverosímiles, sino que las sanciones económicas de Estados Unidos han empeorado la crisis económica del país y su éxodo migratorio, además de socavar la posibilidad de movilizaciones callejeras de la oposición. Por lo tanto, el conflicto de Venezuela parece destinado a ser una repetición del enfrentamiento a largo plazo con Cuba que durante más de cincuenta años ha proporcionado una base sólida para la movilización electoral del sur de Florida, pero que ha hecho poco por la democracia y los derechos humanos en la isla.

Sin embargo, los demócratas podrían comenzar a diseñar una política alternativa en el caso de Venezuela. Retroceder o reformular significativamente las sanciones económicas podría darle algún alivio a la población. Involucrar a la Unión Europea y a los países de la región para que impongan sanciones multilaterales contra los funcionarios del gobierno venezolano podría lograr que sean más efectivas. Y el involucramiento de Rusia, China y Cuba en la solución del conflicto venezolano podría proporcionar un contexto en el que las negociaciones serían realmente fructíferas. Quizá lo más importante sería presentar un “puente de oro” que pudiera alentar a Maduro a renunciar al poder de manera pacífica, como sugirió el expresidente colombiano y ganador del Nobel, Juan Manuel Santos. Ningún actor de un conflicto ofrece su cabeza en una bandeja. Solo un plan que le garantice una salida viable y atractiva al chavismo podría proporcionarles una razón para alejarse del poder. The New York Times. David Smilde. Opinión


David Smilde es profesor de Sociología en la Universidad Tulane e investigador sénior de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA).

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