La verdad y la virtud en la era de Trump

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Con el furor las elecciones intermedias y los reclamos infundados de los republicanos de que hubo fraude electoral, no sé cuántos se enteraron de la decisión de Trump de entregarle la medalla presidencial de la libertad a Miriam Adelson, esposa de Sheldon Adelson, el propietario de casinos y megadonante de Trump. Generalmente, la medalla es un reconocimiento a un logro extraordinario o al servicio público; en raras ocasiones incluye la filantropía. ¿Alguno de ustedes cree que las actividades de caridad de los Adelson fueron la causa de este honor?

Esta podría parecer una historia banal. No obstante, es un recordatorio de que la actitud trumpiana hacia la verdad —que se define por lo que beneficia a Trump y a sus amigos, no por los hechos verificables— también aplica a la virtud. No hay heroísmo, no hay buenas obras, a excepción de aquellas que favorecen a Trump.

Sobre la verdad: Trump, por supuesto, miente mucho; en las vísperas de las elecciones intermedias mentía en público más de cien veces a la semana. No obstante, este asalto a la verdad va mucho más allá que la frecuencia de sus mentiras, porque Trump y sus aliados no aceptan la noción misma de los hechos objetivos. “Noticias falsas” no significa realmente que lo que se informa sea falso; hace referencia a cualquier dato que dañe a Trump, sin importar qué tan sólidamente se haya verificado. A la inversa, cualquier afirmación que ayude a Trump, ya sea sobre la creación de empleos o los votos, es cierta precisamente porque le ayuda.

El intento de Trump y de su partido de detener el recuento de votos ordenado legalmente en Florida mediante afirmaciones, sin fundamento alguno, de un fraude electoral a gran escala encaja a la perfección con esta epistemología partidaria. ¿Los republicanos realmente creen que hubo una gran cantidad de votos fraudulentos o falsos? El solo hecho de hacerse esa pregunta es un error categórico. En realidad “no creen realmente” en nada, excepto en que deberían obtener lo que quieren. Cualquier conteo de votos que pueda favorecer a un demócrata es malo para ellos; por lo tanto es fraudulento, sin que se necesiten pruebas de ello.

La misma cosmovisión explica la adicción de los republicanos a las teorías de conspiración. Después de todo, si la gente sigue insistiendo en la verdad de algo que daña a su partido, no puede ser por respeto a los hechos, porque en su mundo, no hay hechos neutrales.

Así que la gente que hace afirmaciones inconvenientes debe formar parte de la nómina de fuerzas siniestras. En Arizona, la demócrata Kyrsten Sinema probablemente ganó un escaño en el Senado a causa de los votos que se contaron tardíamente. ¿Sabían que el Partido Republicano estatal presentó una solicitud de información sobre las interacciones entre los funcionarios electorales y, adivinaron, George Soros?

Por cierto, vale la pena señalar que este rechazo a los hechos objetivos y la insistencia en que cualquiera que se empeñe en verdades inconvenientes debe ser parte de una conspiración de la izquierda dominaba la psique republicana mucho antes de Trump. La más sobresaliente de todas, la afirmación de que las pruebas aplastantes del calentamiento global son un engaño enorme, producto de una vasta conspiración que involucra a miles de científicos de todo el mundo, ha sido parte de la ortodoxia republicana desde hace años.

Es cierto, los candidatos presidenciales del partido solían ser poco claros cuando hablaban sobre rechazar los hechos y respaldar teorías conspirativas, en lugar de dejarse llevar de lleno por la insensatez. No obstante, Trump solo toma la misma dirección que las principales figuras del partido ya han tomado durante mucho tiempo.

Bueno, mi argumento es que el rechazo de cualquier norma sin importar si ayuda o daña a Trump se extiende más allá de si es verdadera o falsa para los valores básicos. En Trumplandia, que ahora es indiferenciable del País del Partido Republicano, el bien y el mal se definen únicamente dependiendo de si ayudan a los intereses del Líder. Por ende, Trump ataca e insulta a nuestros aliados más cercanos mientras alaba a dictadores brutales que lo halagan (y declara que los neonazis son “gente muy buena”).

Lo mismo aplica para el heroísmo y la cobardía. Un héroe verdadero como John McCain, quien criticó a Trump, es descartado por considerarlo un fracaso: “No es un héroe de guerra… A mí me gusta la gente a la que no capturaron”. Mientras tanto, Miriam Adelson, cuyo servicio a la nación básicamente consiste en hacer contribuciones a la campaña de Trump, obtiene la medalla presidencial de la libertad.

Ah, y también esto es previo a Trump. ¿Recuerdan cómo los republicanos denigraron el historial de guerra de John Kerry?

Así como sucede con tantas otras cosas en el escenario político actual, es fundamental darse cuenta de y reconocer que esta no es una situación simétrica en la que ambas partes hacen lo mismo. Si dicen algo como “la verdad y la virtud ahora se definen por el partidismo”, en realidad están acreditando a los malos, porque solo un partido piensa así.

Los demócratas, que son humanos, algunas veces tienen posturas sesgadas y caen en el razonamiento motivado. Sin embargo, no han abandonado toda la noción de los hechos objetivos ni la bondad apolítica; los republicanos sí.

Lo que todo esto quiere decir es que lo que está sucediendo en Estados Unidos en este momento no es la política como comúnmente se hace. Es mucho más existencial. Hay que estar verdaderamente desvariando para considerar la respuesta de los republicanos al golpe de las elecciones intermedias a su partido como otra cosa que no sea un intento por parte de un movimiento autoritario en ciernes de hacerse del poder; un movimiento que además rechaza cualquier oposición o incluso la crítica por no ser legítima. Nuestra democracia todavía corre un peligro inminente.The New York Times/Paul Krugman

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