NO ES FATAL

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Mi Opinión.

Más que una pèrdida personal o profesional para Lizzy Flores es una pérdida para el país, cuyos pueblos esperan ansiosos que sus países sean reconocidos en el exterior por sus logros más que por sus calamidades.

Concuerdo con el editorialista de diario La Tribuna “NO ES FATAL” para Lizzy Flores haber perdido la batalla por liderar la Asamblea General de la ONU frente a la ecuatoriana María Fernanda Espinoza pero sí es triste para Honduras, ser reconocido internacionalmente como un país integrado por violentos, corruptos y demás y no por los talentos que tiene dentro y fuera de sus fronteras patrias.

Denia León

EDITORIAL: NO sabríamos decir si ahora, pero quizás después de mitigado el malestar anímico y corporal que deja el leñazo, llegue a sentir que valió la pena. Tantos hondureños –entre fraternas amistades y gente noble– ilusionados sintonizaron el evento esperando que le fuera bien. Sí, por supuesto que hubiese sido un premio al dedicado empeño que le hubiese dado honda satisfacción personal; pero el honor era más para Honduras que para ella. Así lo entienden muchísimos compatriotas que, con rodilla doblada o el rosario en la mano, pasan rogando, con devota fe, que al país le vaya bien. Que su Omnipotencia Divina nos libre de esas desgracias que afligen a otras naciones, de las cuales nosotros no estamos inmunes y que, si en el reciente pasado rozamos el filo suicida del precipicio, en cualquier descuido podrían repetirse. Igual ansiedad anida la inmensa mayoría del pueblo creyente, que no escapa a la hiriente vergüenza de ver tantas veces lacerada la imagen de la patria.

Pero deseando, desde lo profundo del corazón, actos decorosos, hechos sublimes que puedan revertir esa inmerecida percepción. Tuvimos esa posibilidad. La eventualidad de elevar el nombre de Honduras a una honrosa posición. Contrario a la nociva mentalidad de irreverentes que se regodean de los males que sufre la nación y los atizan bajo la imberbe inconsciencia que el daño es a otros no para ellos. El pesar no es para quien intentó, con la traslúcida pasión del alma, hacerle un servicio a Honduras. Alzar su nombre a un sitial digno en el foro que reúne al mundo, más allá de lo que permiten los flancos flacos, los episodios de impericia o de arrebato, de la diplomacia criolla. Orgullosa debe sentirse –pese al revés asimilado– haber concitado apoyo de tantos países, subiendo con semejante carga a cuestas –a veces sola, a ratos con auxilio solidario y no pocas veces sorteando conspiraciones– la accidentada empinada. Donde los términos son desiguales. Donde los grandes tienen más peso que los pequeños y los poderosos más que los acabados. Donde los votos dependen de tantos imponderables, entre ellos las alianzas nacionales, virtud de la política exterior, que colocan al país a distancia de bloques numerosos. Aun habiendo muchas, nada abona escudarse en justificaciones y menos lamentarse. La Providencia tiene tiempo exacto reservado, con calendario propio, a cada cosa. Los liderazgos respetados son aquellos que se forjan en medio del infortunio. No es poco el mérito ganado aunque se pierda, si se hace con la frente en alto y el perfil inhiesto.

Contenida por la inhibición ingenua, no hizo lo que otros hacen, confiada que en las relaciones internacionales se cabalga en míticos caballos alados de ética y de decencia, bajo el supuesto que los demás jugarán limpio. Al final de cuentas no debe haber arrepentimiento alguno en someter al fuego ardiente el metal que templa el carácter. La pena es para los ahogados en odio que, a juzgar por los alaridos que pegan en las redes sociales, sufren un insoportable dolor interno, hasta el tuétano del castañeteoso esqueleto. Eso es lo triste que explica por qué estamos así de mal. La actitud nociva –de rencores infecundos, de división inútil– que le impide al país enderezarse. La historia de los grandes males que golpearon la humanidad no es un relato aislado de la tragedia sino más bien de la heroica contraparte enfrentada al maleficio. ¿Qué hubiese sido del mundo en ausencia del líder inglés en aquella terrible hecatombe, al instante preciso cuando más se ocupaba de su abigarrado e inconformista temperamento? Vaya ironía. Cuando mayor agradecimiento merecía el primer ministro, por las glorias que derrotaron los funestos presagios, perdió las elecciones. Pero no la gratitud de la posteridad. De él tomamos prestada la frase de aliento que le enviamos a Lizzy: “El éxito no es final, el fracaso no es fatal, es el coraje para continuar lo que cuenta”.

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