Contra reloj

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Por Denia León

Dice un viejo refrán que el que se va para Sevilla pierde la silla. Así le ha sucedido al coordinador de Libre el expresidente Manuel Zelaya Rosales, pues cada vez que sale del país o se ausenta, sus propios diputados le meten un gol.

El sueño de Zelaya ha sido llevar a la práctica la famosa consulta popular sobre si el pueblo  está o no de acuerdo en que se instale una Asamblea Nacional Constituyente cuyo fin primordial sería la elaboración de una nueva Constitución de la República que le permita en primera instancia, legalizar la reelección presidencial mediante la eliminación de los denominados artículos pétreos, sin embargo, esto no quiere decir, que el exmandatario se siente cómodo con  que uno de los diputados de LIBRE  en su ausencia, le roben el protagonismo tomándose la libertad de presentar dicha moción al Congreso Nacional sin contar previamente  con su autorización y sin conocer los términos y  negociaciones que se pudieran dar entre bastidores.

La denominada cuarta urna promovida por el exmandatario ahora más conocida como consulta popular, fue la génesis del golpe de Estado  que lo llevó al exilio forzoso hace aproximadamente unos 9 años. Por ello resulta  comprensible que  Zelaya cuide celosamente tal iniciativa  pero la realidad es, que en política  han cambiado muchas cosas en diez años. Hace una década, era constitutivo de delito, de cárcel y hasta exilio hablar de Asamblea Nacional Constituyente, ahora no solo es tolerada sino que hasta es aclamada por los políticos porque  no representa ningún peligro para  ningún partido y mucho menos para el Partido Nacional en el poder  que desea legalizar el asunto pendiente de la reelección presidencial  del Presidente Juan Orlando Hernández, quien logró acceder a un segundo  mandato mediante un artilugio legal pese a la prohibición  manifiesta de los  artículos pétreos incluídos en la Constitución de la República.

Pese a que la reelección presidencial es un hecho consumado, subsisten los intereses políticos detrás de la instalación de una Asamblea Nacional Constituyente, por lo que el pueblo en su sabiduría popular entiende, que la misma es más un asunto político con pocos beneficios reales porque les resultará onerosa, innecesaria y hasta extemporánea.

Pero si lo que se desea es complacer al expresidente Zelaya, quien se empeña en no lanzar su candidatura hasta que se elabore una nueva Constitución  que legalice su reelección presidencial mediante la eliminación de los pétreos y para ello, se requiere la instalación de la cuestionada Asamblea Nacional Constituyente, el pueblo lo acepta en aras de calmar el clima de incertidumbre e inseguridad que persiste en el país.

Pero en el mejor de los casos, si suponemos que Zelaya tuviera como objetivo la legalidad reeleccionista  e incluir algunas reformas políticas que le permitieran a LIBRE, incorporar un representante ante el Tribunal Supremo Electoral, sería comprensible, aunque su actitud persistente induce a pensar, que su fin es, demostrarle a la comunidad internacional lo innecesario que fue el  golpe de Estado  por las consecuencias políticas, sociales y económicas que aún se hacen sentir en el país,  pues aunque la crisis política que se generó ha entrado en un proceso de  aparente calma, este líder puede mover sus hilos y hacer que persista la incertidumbre sobre los hondureños, quienes sienten que pende sobre su cabeza una espada similar a la de Damocles.

Pero  independientemente de los motivos del lobo, el expresidente Zelaya debe demostrar fortaleza y tolerancia a su vez, entender que ante los hechos consumados, lo importante debería ser, apoyar las reformas políticas, exigir procesos electorales transparentes, que se instaure una segunda ronda electoral  y además se regule la reelección presidencial para no dar origen a una dictadura de partidos políticos o de políticos en el poder.

Todo lo anterior, podría hacerlo el actual Congreso Nacional sin tener que conformar otra estructura paralela, pues lo que se requiere es voluntad política, la que está demostrado, es muy escasa entre los políticos.

Al final de cuentas, lo real es que la oposición es dispersa y aunque cuenta con líderes de la talla de Manuel Zelaya y  Salvador Nasralla, deben aceptar que ellos están contra reloj y que el tiempo es el peor enemigo que tienen  ambos líderes.

La Tribuna

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