Apología del terrorismo

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Por Denia León

El término apología significa alabanza o razonamiento inteligente. Se remonta a la época de Platón, cuando escribió la Apología de Sócrates que era una transcripción sobre los diálogos de su mentor que pronunciara ante el Tribunal de Atenas antes de ser sentenciado a muerte en el año 399 a.C.
Sócrates en sus diálogos, no trató de defenderse de las falsas acusaciones que le hacía el Estado de no respetar sus dioses o de corromper a la juventud con sus ideas, sino que se enfocó en defender ante el Tribunal que lo enjuiciaba, la necesidad de emancipar a la juventud ateniense de la opresión y el control que ejercía el Estado y el clero sobre los mismos. Las acusaciones contra Sócrates no eran de tipo político, eran acusaciones contra la religión y la moral, temas que apasionaban a los gobernantes y líderes religiosos de su tiempo.

En la sociedad moderna, a los detractores de los gobernantes, se les acusa básicamente por cuestiones ideológicas o políticas por lo que han surgido otras apologías, como la del delito, donde el Estado, penaliza la incitación a la comisión de un delito o crimen o incluso poner en precario la gobernabilidad de un país y ahora hablamos, de la Apología del Terrorismo que a su vez, tipifica como un delito a quienes justifican o incitan a la ejecución de actos terroristas que afectan la gobernabilidad y colateralmente a la población indefensa.

El mundo en general, repudia la apología del terrorismo, cuya definición es bastante ambigua, para unos, terrorismo es inmolarse y provocar la muerte de personas inocentes, para otros, terrorismo es todo lo que atenta contra un gobierno, sus gobernantes, la propiedad privada y por supuesto, la sociedad.

Con el avance de los medios de difusión masiva, resulta que también se pretende tipificar como delito la denominada Apología del Terrorismo Mediático que implicaría la incitación a la violencia o al crimen, utilizando diversos medios de comunicación.

Un terrorista por tanto, no solo sería el que se inmola por una causa y sacrifica a los que no comparten sus ideas religiosas o políticas, sino que también lo sería, quien participa en una red social e incita a los demás a la protesta pública o al crimen y la ingobernabilidad. También lo sería quien protesta e incendia un establecimiento público o provoca con sus acciones la muerte de otra persona inocente, pero también puede serlo, el que mediante el uso de un micrófono o de su pluma, vierte expresiones que a juicio de las autoridades gubernamentales, incitan al crimen o a la violencia, provocando zozobra, temor, miedo o incertidumbre entre la población.

La realidad es que existen periodistas e incluso medios de comunicación que propician la ingobernabilidad, el chantaje, la extorsión contra políticos, funcionarios, empresarios y otros personajes públicos, pero no es menos cierto, que no se puede coartar la libertad de expresión por unas pocas personas irresponsables, cuando existen medios legales que perfectamente pueden frenarlos si se imparte una justicia expedita e imparcial.

La tendencia en el mundo debería ser por tanto, fomentar un periodismo beligerante, veraz, respetuoso e investigativo, porque se convertiría en una poderosa arma que contribuiría a fortalecer la democracia y combatir lo que se denominaría la apología del autoritarismo gubernamental.

Sin embargo, la generalidad de los gobernantes de los países latinoamericanos, ante la imposibilidad de combatir o frenar la pobreza, la exclusión social y la injusticia, se han dado a la tarea de establecer mecanismos legales coercitivos, que no solo podrían frenar el crimen, la violencia, el narcotráfico y la delincuencia sino que además, contribuirían a controlar aquellos medios de comunicación e individuos, que difunden “ideas terroristas” que atentan contra la difusión y alabanza del renacimiento de la “Apología del Autoritarismo Gubernamental”.

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