EL DUENDE DE MIS SUEÑOS por DENIA LEON

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Este relato es producto de mi imaginación. Se basa en una historia obtenida durante mi juventud a través de una muchacha que trabajaba con mi madre quién aseguraba que un Duende la visitaba y le dejaba flores y piedras negras en el patio de su casa.

EL DUENDE DE MIS SUEÑOS

Mi niñez transcurrió entre las verdes praderas de mi aldea, aún recuerdo esos días felices de mi infancia, crecí junto a mis cuatro hermanos éramos tres mujeres y dos varones vagábamos por el campo en busca de frutas, plantas silvestres y leña para encender el fuego que alumbraba nuestro hogar.

En nuestras vacaciones de la escuela, vagábamos por la pradera y antes de regresar a casa nos zambullíamos en el caudaloso río que atravesaba nuestra aldea, allí jugábamos hasta cansarnos y al caer la tarde retornábamos a nuestra pequeña cabaña donde nos esperaba impaciente mi madre, después llegaba mi padre cansado y quemado del ardiente sol del campo trayendo consigo algo de comer.

Vivíamos pobremente, mi padre era un labrador que lindaba en los cuarenta años aunque lucía como un hombre mayor, encorvado por el peso del trabajo retornaba cansado cada tarde a su hogar donde lo esperaba mi madre una mujer nueve años menor que él, que había empezado su tarea de madre cuando apenas tenía quince años de edad,  había procreado siete hijos de los cuales sobrevivíamos cinco, ahora a sus treinta y un años, la aquejaba una misteriosa enfermedad que la había adquirido muy joven, constantemente  padecía de  fiebres que la obligaban a guardar cama durante días enteros. En su dulce rostro estaban impresas las huellas de su enfermedad y en  sus profundos ojos negros se reflejaba la agonía de sus prolongadas noches de insomnio.

A nuestro regreso de los largos paseos por el campo, sus negros ojos, inquietos auscultaban nuestros rostros, deseosa que los frutos que encontrábamos en el campo hubieran calmado nuestros vacíos estómagos aunque en medio de su profunda pobreza siempre nos esperaba a nuestra llegada unas deliciosas tortillas calientes con frijolitos los que constituían para nosotros una exquisitez al paladar, posteriormente, cuando  aparecía nuestro padre, recibíamos algunas frutas que nos permitía irnos satisfechos a descansar.

A pesar de nuestras carencias familiares nuestra vida transcurría feliz  en perfecta armonía con la naturaleza, disfrutábamos de la libertad que se respira en el campo y de la sensación de paz que se siente cuando al correr por las verdes praderas se disfruta de las caricias del viento sobre nuestro rostro. Fue en una de estas apacibles tardes de verano, cuando el sol comenzaba a ponerse en el horizonte que mis hermanos se adelantaron creyendo que era una broma mía de hacerme la dormida sobre la hierba. Apenas habían transcurrido unos minutos cuando me percaté que habían partido, abrí mis ojos y me incorporé rápidamente para tratar de acortar la distancia que me separaba de mis hermanos, pero no pude alcanzarlos en forma inmediata.

En el camino que debería recorrer, divisé una enorme piedra que era utilizada como lugar de descanso de los transeúntes y en la cúspide de la misma, por primera vez lo vi mirándome fijamente, estaba de pie, sé que era un hombre porque aún cuando su rostro era hermoso y juvenil no era la cara de un niño, medía aproximadamente un metro de estatura, sus  ojos almendrados se destacaban sobre su piel ligeramente curtida por el sol, su cabello era rizado porque pude apreciar que le salían algunos mechones ondulados de color negro  bajo el sombrero que cubría su cabeza.

Este extraño hombrecito portaba un curioso sombrero de alas anchas con una elevada copa  que me pareció casi tan alta como su estatura, entonces se apoderó de mi un inexplicable temor aún cuando desconocía que era lo que provocaba tal sensación muy dentro de mí, entonces recordé las leyendas que se tejían en el pueblo sobre apariciones de duendes de piel color verde aunque este tenía la piel blanca un poco dorada por el sol.

Había escuchado innumerables historietas de hombrecitos que se le aparecían a  jóvenes que entraban a la pubertad pero a mi me parecía que eran cuentos de camino real, pero al tenerlo tan cerca de mí pude darme cuenta, que se había bajado de la inmensa roca hasta situarse a poca distancia de donde me encontraba , entonces sentí que la sangre se me congelaba en las ventas, un temor a lo desconocido me sobrecogió al extremo que me quedé paralizada de terror y no era porque el hombrecito tratara de agredirme o impedir mi paso sino porque  nunca había visto en la aldea ni en el pueblo cercano a un hombre parecido a él.

En ese momento vinieron a mi mente las historias que se difundían por el pueblo sobre un hermoso hombre pequeño que atraía a las jóvenes y las llevaba a un lugar desconocido de donde nunca retornaban y las que lo hacían perdían la razón.

Mi temor aumentó a medida que recordaba las historias que me contaban. Algo en mi interior me decía que debería correr y alcanzar a mis hermanos pero mis piernas se negaban a caminar y  aunque traté de llamarlos, no logré emitir sonido alguno paralizada por el miedo así que me limité a observarlo intermitentemente durante unos pocos minutos que me parecieron una eternidad.

A pesar de la angustia que seguramente se reflejaba en mi rostro, cuando logré calmarme no pude evitar apreciar detenidamente aquél curioso hombrecito que había optado por sentarse cómodamente bajo la sombra que proyectaba un frondoso árbol que había crecido junto a la inmensa roca. Pude notar que el extraño hombrecito había descendido de la roca, entonces reparé en su extraño atuendo el cual era bastante colorido sus pantalones eran verdes, su camisa roja, sus zapatos puntiagudos y su sombrero de paja estaba hermosamente elaborado, me pareció salido de uno de esos cuentos de hadas que tenía mi amiga Carmen que le habían traído uno de sus hermanos de sus viajes por la capital.

El hombrecito por su parte me miraba fijamente con una ligera sonrisa en su hermosa boca mientras de sus ojos parecían salir chispas alegres que hacían que su rostro resplandeciera con los rayos del sol que penetraban a través de la arboleda que circundaba el lugar. Los minutos pasaban como si fueran una eternidad mientras el hombrecillo se había acomodado sobre el césped que circundaba a la piedra sin que tratara de acercarse a mí, con su sonrisa cálida y su chispeante mirada parecía divertirse con mis miedos, observándome fijamente a través de esos hermosos ojos almendrados.

Me sentía hipnotizada bajo el poder irresistible de su mirada. De pronto se incorporó de nuevo y se me acercó lentamente para infundirme confianza y alargando su pequeña mano me ofreció una hermosa flor roja que inexplicablemente tenía entre los dedos de sus manos. En esos instantes pensé que la había  obtenido de algún lugar cercano , pero no habían rosales en el camino así que al no hacer ningún intento de aceptarla, el hombrecito  insistió con un gesto que la tomara, cuando lo hice, fue como si saliera de mi embrujo, el hombrecito simplemente desapareció, sólo entonces pude emprender una veloz carrera hasta llegar jadeante a mi casa.

No sabía si debería contar lo que había visto en el camino a mi madre y a mis hermanos porque a veces creía que era producto de mi imaginación pero al ver la flor entre mis manos, comprendí que el hombrecito era real, lo había visto, no recordaba haber escuchado su voz, ni que me dijera su nombre o pronunciara el mío pero en mi cerebro parecía haber escuchado su voz, profunda, dulce y musical.

Esa noche no pude dormir, escuchaba el sueño apacible de mis hermanos , el inquieto sueño de mi madre en la pequeña habitación contigua así como los ronquidos de mi padre y en la oscuridad de mi habitación, escuchaba a lo lejos el canto de los grillos y  el croar de las ranas que durante la noche pernoctaban en un riachuelo que pasaba a no mucha distancia de nuestra cabaña.

Entonces en la quietud de la noche, reviví la escena con ese extraño hombrecito y comencé a recordar que en la aldea se comentaba que mi madre a la edad de quince años había tenido un encuentro con un “duende” como le solían llamar a esos extraños hombrecitos y que desde ese entonces, había empezado a sufrir de fiebres, algunos pensaban que era del susto que había pasado  y otros aseguraban que era porque mi madre al conocer a mi padre y aceptar su propuesta de matrimonio, el hombrecito se había molestado dejándola embrujada y que por eso sufría permanentemente de un sueño agitado cargado de pesadillas y en algunas ocasiones sufría de calenturas por lo que al amanecer su rostro, lucía pálido y desmejorado

Después de esa larga noche de insomnio en la cual confusamente se entremezclaban las leyendas de mi aldea con las historietas familiares, comencé a escuchar el canto de los gallos en los corrales de las casas vecinas, aunque aún no aparecían los primeros rayo del sol, todo presagiaba que pronto amanecería pero fue hasta entonces que el cansancio me obligó a cerrar los ojos y me quedé profundamente dormida.

Mi sueño fue reconfortante, me miraba paseando por verdes praderas donde crecían hermosas flores de todos colores y unos árboles inmensos que se elevaban hasta el cielo, después me miraba caminando entre las flores hasta llegar a una hermosa casa rodeada de jardines  que tenía una fuente cristalina a la entrada de la misma  pero la luz de la mañana al penetrar por las rendijas de nuestra cabaña y el ruido exterior me despertó bruscamente de mi ensueño reavivando mis temores sobre lo que me había ocurrido el día anterior, entonces todo me pareció sólo un sueño o que era producto de mi imaginación pero era tan real en mis pensamientos que me resistía a creer que eran alucinaciones o sueños.

Cuando me levanté, mis hermanos estaban reunidos con mi madre en la cocina, mi padre había salido a sus labranzas y aunque apenas empezaba la mañana pude apreciar que en el exterior, el sol brillaba en todo su esplendor y los animales correteaban alegremente en el cercado de las casas. Mis hermanos aún permanecían alrededor de la rústica mesa de madera donde aún degustaban de una pequeña taza de humeante café y de unas  tortillas regordetas recién  salidas del comal que las acompañaban con huevo revuelto y frijolitos recién cocinados al calor del fogón el cual aún despedía alegres chispas similares a las que emitían los hermosos ojos del pequeño hombrecito .

Esa mañana mi madre lucía radiante al parecer había logrado descansar durante la noche, los vestigios de la fiebre habían desaparecido y sus mejillas estaban frescas ligeramente sonrosadas por el calor del hogar mientras en su bien delineada boca jugueteaba una sonrisa de satisfacción  por la algarabía que hacían mis hermanos mientras entablaban pequeñas discusiones sobre a quien le tocaría la siguiente tortilla que saldría del comal.

Mi madre se encontraba afanada frente al fogón cuando aparecí en la cocina esperando mi turno en torno al fogón. A diferencia de otros días no estaba afanada por mi respectiva porción de alimentos sino que permanecí callada observando el crepitar del fuego, mi madre que me conocía perfectamente extrañada por el ensimismamiento en que me encontraba, fijó sus brillantes ojos negros sobre mi rostro preguntándome extrañada qué me pasaba? . En ese instante no sabía que responder, no quería preocuparla contándole sobre mi encuentro con ese hombrecito del camino pues no quería aumentar sus angustias pero tampoco pretendía ocultarle mi extraño encuentro con ese curioso personaje por lo que, sólo acerté a decirle:

  • Nada mamá, es que no tengo mucha hambre.

Esto era inusual en mi forma de ser por lo que mi madre prudentemente, obvió mi comentario y optó por servirme un poco de café acompañado de dos hermosas tortillas con huevo y frijoles los cuales comí despacio sin dejar de pensar en los acontecimientos del día anterior y en ese extraño personaje preguntándome si a otras muchachas en la aldea les había ocurrido lo mismo que a mí.

Después del desayuno al involucrarme en las tareas de la casa, terminé por olvidarme del curioso hombrecito del camino así que terminé por retornar a mi diaria rutina. Mis hermanos  tenían el poder de hacerme olvidar mis preocupaciones con sus bromas y sus chistes, además me recordaron que dentro de tres días cumpliría mis quince años y que me tenían preparada una sorpresa lo cual haría que momentáneamente olvidara mis temores y me uniera a los preparativos de ese día en el cual pasaría de ser una niña para convertirme en una joven mujer.

Los siguientes tres días que faltaban para mi cumpleaños los pasé ayudando a mi madre en sus quehaceres domésticos, la acompañaría al río a lavar la ropa y aunque tuve oportunidad de confesarle mi encuentro con el hombrecito no lo hice por temor a preocuparla y que retornaran sus fiebres nocturnas. Me alegraba tanto ver a mi madre fuera de la cama y con un semblante feliz a pesar de su demacrado rostro que conservaban los vestigios de largas noches de insomnio. Su delgado cuerpo, se fortalecía con el contacto del sol y del agua que corría por sus piernas mientras permanecía inclinada sobre una piedra y lavaba nuestra ropa.

En medio de esa rutina, llegó el ansiado día de mi cumpleaños me levanté temprano, acompañé a mis hermanos a la escuela y por la tarde,  recorrimos la pradera, recogimos algunos frutos de la temporada, nos bañamos en el río, nadamos hasta el cansancio saltando desde un elevado peñasco hasta las profundas aguas de una pozo que se formaba en el río hasta que empezó a caer la tarde  pues teníamos que pasar por la casa de algunas de nuestras amigas recordándoles que por la noche celebraríamos en el patio de nuestra cabaña la fecha de mi cumpleaños.

El largo paseo nos había cansado pero a la vez, nos sentíamos eufóricos pensando que por primera vez tendríamos una fiesta en nuestra casa pero cuando pasamos cerca de la enorme piedra que se erigía al lado del camino, nuevamente recordé al hombrecito y sentí temor que estuviera esperando nuestro regreso pero afortunadamente nadie estaba sobre el peñasco sobre el cual comenzaban a proyectarse las sombras de la tarde.

Esta vez evité quedarme a solas en el camino siguiendo el paso de mis hermanos sin embargo, sentía su presencia, me parecía que sus hermosos ojos nos observaban desde algún lugar oculto, podía sentir su mirada fija en mi espalda  y por un momento, sentí que un escalofrío recorría mi espina dorsal, fue entonces que para ahuyentar mis temores les pregunté a mis hermanos si ellos presentían que alguien nos vigilaba, ellos se limitaron a ver hacia atrás y los niños mayores dijeron que no pero los pequeños temerosos ante mi pregunta afirmaron que creían que alguien nos perseguía así que aceleramos el paso para alejar para nuestros temores .

Cuando llegamos a una colina desde donde podíamos divisar la cabaña de nuestros padres me sentí aliviada pero constantemente volvía la mirada tratando de confirmar que nadie nos seguía así que traté de convencerme que todo era producto de mi imaginación.

Esa noche me sentí como si fuera una princesa como mi hermoso vestido color rosa que mi padre había comprado en una tienda de ropa usada en el pueblo para esta especial ocasión, mi madre lo había lavado y planchado con su vieja plancha de acero que calentaba sobre la plancha del fogón  también me tenían unos zapatos de charol negro y una diadema color rosa que adornaba mi largo cabello color castaño.

Era una hermosa y cálida noche del mes de julio, el viento soplaba refrescando el ambiente lo que hacía titilar la luz de dos lámparas de gas que nos alumbraban en esa noche de verano. Las estrellas brillaban sobre su negro manto  y los rayos de la luna iluminaban el patio de nuestra pequeña cabaña como si fuera de día, los amigos y familiares que estábamos reunidos, comenzamos a  cantar y a bailar al son de la música de una pequeña grabadora de baterías que había llevado uno de nuestros vecinos. Después comenzamos a contar las  tradicionales historietas de miedo que hacían la delicia de los que le escuchábamos por lo que podíamos escuchar el susurrar del viento que soplaba a medida que avanzaba la noche. Las bebidas embriagantes que consumían los adultos así como la limonada  y galletas las habíamos consumido por lo que al filo de la media noche, concluyó nuestra reunión y retornamos al interior de la cabaña.

Al ingresar a nuestra pequeña habitación, alumbrados por la luz de una vieja lámpara, pudimos sentir en el piso el suave rose que producen los pétalos de rosas bajo nuestros pies y percibimos ese fuerte olor a rosas recién cortadas que al principio supusimos venían del exterior lo cual nos extrañó mucho porque sabíamos que no contábamos con un rosal tan frondoso con el cual pudiéramos cubrir el suelo de nuestra habitación. Cuando se proyectó la débil luz de la lámpara, pudimos apreciar con mucho asombro que todo  el piso estaba cubierto de flores rojas como si se tratara de una alfombra que cubría el tosco piso de nuestra cabaña, mis hermanos extrañados llamaron a viva voz  a mis padres quienes presurosos acudieron a su llamado, quedando por unos instantes mudos de asombro frente a los  innumerables pétalos de rosas que se encontraban regadas por el piso de nuestra pequeña habitación

Mi padre fue el primero en reaccionar interrogándonos quien de nosotros habíamos hecho eso durante la reunión pero todos negábamos ser los responsables del mismo,  mientras  tanto, mi madre palidecía de la angustia interrogándome con su lánguida  mirada.

Después de unos minutos de asombro, comencé a relatarles a mis padres que   hacía una semana, en el camino a la casa, había encontrado a un hombrecito parado sobre la enorme piedra que estaba en el camino y que me había regalado una hermosa flor roja que era igual a las que adornaban nuestro pequeño cuarto.

Mi madre angustiada escuchó en silencio mi relato mientras que mi padre continuó interrogándome sobre el extraño hombrecito que me había dado esa flor, les conté mi experiencia tal y como había sucedido, desde el momento que divisé al hombrecito en el elevado peñasco hasta el momento que desapareció dejando en mi mano una flor roja .

Mi padre se tranquilizó pensando que se trataba de alguien de otra aldea o que era producto de mi imaginación la extraña descripción que había hecho de un probable pretendiente pero mi madre aunque escuchó en silencio mi relato, en su rostro comenzó a reflejarse  el temor que me sucediera algo que no pudiéramos controlar por lo que a partir de ese momento, cambiaría por completo mi situación, mi libertad se vio restringida en los días sucesivos pues mi madre no me perdería de vista ni por un instante.

Inexplicablemente esa noche mi madre volvió a ser víctima de sus extrañas fiebres nocturnas mientras en el día , se retorcía sus manos inquieta, sus profundos ojos negros ansiosamente miraban a través de la pequeña ventana tratando de encontrar alguna sombra que delatara la  presencia del extraño que asechaba a una de sus hijas.

El olor de las rosas esparcidas por el suelo continuó sintiéndose a lo largo de toda esa noche y de los siguientes días de esa semana pese a que habíamos limpiado el suelo de nuestra habitación pero en el ambiente ,  se percibía el olor a rosas recién cortadas.

Desde ese día me pareció ver a mi madre absorta en sus pensamientos, su preocupación la dejaba traslucir en su semblante por lo que trataba de evitar a toda costa que fuéramos solos al río o que recorriéramos el largo camino hasta a nuestra cabaña sin la compañía de una persona mayor.

Como el verano  se hacía más intenso y el calor más sofocante, con el paso del tiempo, insistimos sobre nuestros ansiados paseos por la pradera retornando a nuestra costumbre de darnos largos baños en el río hasta que al caer la tarde retornábamos a nuestra cabaña sin que tuviéramos ningún incidente en el camino.

Sin embargo, cada vez que pasaba frente al enorme peñasco no podía evitar pensar en ese hombrecito y en su extraño atuendo al extremo que en repetidas ocasiones tuve nuevamente la sensación que alguien me observaba. Al alzar mi mirada frente a algún frondoso árbol me parecía que entre el ramaje se encontraba oculto el curioso hombrecito balanceándose con sus pequeñas botas puntiagudas.

En más de una oportunidad tuve la intención de dejar que mis hermanos se adelantaran y hablarle al hombrecito para preguntarle si era el responsable de las rosas que encontramos en el piso de nuestra habitación pero me pareció que desde ese frondoso árbol me hacía señales con su dedo que me callara que después hablaríamos. Era una extraña sensación de miedo y de placer la que sentía al encontrarme al percibir la presencia de ese extraño personaje que calzaba botas puntiagudas y un sombrero de paja que me parecía distinto a los anteriores por lo que en repetidas ocasiones me quedaba absorta ante su visión hasta que volvía a la realidad frente al llamado insistente de mis hermanos.

Después de esos días en que me pareció verlo escondido bajo el follaje de los árboles, transcurrieron quizá dos semanas sin que volviera a tenerlo frente a mí y tampoco volví a comentarle a nadie sobre esos fugaces encuentros. Sin embargo, mi madre,  parecía no haber olvidado mi historia porque un día me informó que me iría a vivir a la ciudad con unos familiares a quienes ayudaría en sus quehaceres domésticos y podría asistir al colegio por las tardes.

Aunque me emocionaba la idea de vivir en la ciudad donde conocería otras costumbres y personas me apesadumbraba separarme de mis hermanos y mis padres.. Antes de partir salí nuevamente en compañía de mis hermanos a dar un paseo hasta el río, atravesamos la pradera hasta llegar a un recodo que me impedía visualizar a mis hermanos quienes corrían ansiosos de llegar al río mientras  yo me quedaba a la zaga del camino, fue entonces que nuevamente salió a mi encuentro el  hombrecito con su colorida vestimenta.

En esta oportunidad, no intentó nada, simplemente se limitó a verme con una mirada de profunda tristeza, sus labios sonrosados por el calor, parecían decirme que lamentaba mi partida y que deseaba que me quedara a su lado. Permanecí petrificada por unos segundos que me parecieron una eternidad y aunque intenté  alejarme de su presencia,  nuevamente mis piernas se negaron a dar un paso y mis labios a pronunciar sonido alguno.

Era una extraña sensación de éxtasis y temor como si hubiera caído bajo el embrujo de sus ojos hasta que desperté de mi ensueño cuando mis hermanos se percataron de mi ausencia y retornaron a buscarme. Sin darme cuenta exactamente de lo que pasaba por mi mente, me encontraron sentada al pie del árbol, no tenía miedo solo sentía la profunda soledad que se siente previo a la partida hacia un lugar desconocido mientras tanto, el hombrecito que me quitaba el aliento había desaparecido.

A los pocos días emprendí la partida dejando atrás las verdes praderas y el hermoso río donde me sumergía junto a mis hermanos en uno de esos días sofocantes de verano. La historia de mi extraño encuentro con el hombrecito de colorida vestimenta quedaba atrás sin embargo, cuando partí junto a mi padre al pasar por una vereda del camino donde abundaba la vegetación, me pareció nuevamente ver entre las ramas de un frondoso árbol, al extraño hombrecito recostado sobre una de las ramas luciendo sus enormes botas puntiagudas, nuevamente quedé atónita pero traté de  proseguir mi viaje tratando de dejar atrás esos recuerdos nostálgicos que me provocaban un confuso sentimiento de temor hacia lo desconocido y tristeza por emprender un nuevo camino en el que quedarían atrás los recuerdos de mi niñez  .

Con el paso del tiempo, mis recuerdos fueron más borrosos, me había adaptado a mi nueva vida en la ciudad por lo que esos vagos recuerdos de mi niñez los había guardado en lo más profundo de mi memoria hasta que una mañana, nuevamente sentí la sensación de sentirme observada, sobre mi cabeza habían caído unas pequeñas piedrecitas negras, finamente pulidas, tal como las que encontraban mis hermanos a la orilla del río. Me agaché y recogí algunas de las piedrecillas  que me habían arrojado, mientras las miraba asombrada, pensé que el hombrecito nuevamente aparecía en mi camino pero no había nadie por lo que guardé las piedrecitas en el baúl de mis recuerdos.

En la aldea después comentaron que ese extraño hombrecito que vestía de colores vivaces con un enorme sombrero de paja y botas puntiagudas, era el Duende que después de mucho tiempo había reaparecido porque al verme se enamoró de mí como lo había estado de mi madre en su juventud pero otros dijeron, que eran cuentos producto de mi imaginación influenciada por los temores de mi madre y las historietas que escuchaba de niña en las noches de verano.

Con el paso del tiempo los detalles sobre el Duende de mis sueños se fueron esfumando tornándose todo difuso así que pensé que talvez todo había sido producto de mi imaginación o de un sueño que se confundía con la realidad sin embargo, aún persistía muy dentro de mí el temor a lo desconocido y las ansias por conocer otros horizontes donde la imaginación se confundiría con mi realidad.

 

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