Venezuela, en manos de su ejército

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Maduro resiste el envite diplomático de EE.UU. y de una oposición debilitada

La suerte de la revolución bolivariana y del futuro de Venezuela está en manos del ejército. De hecho, siempre lo ha estado, desde que su fundador, el teniente coronel Hugo Chávez, alcanzó el poder hace más de veinte años.

La cúpula militar anunció el jueves que respaldaba al régimen de Nicolás Maduro después de que el miércoles Juan Guaidó, un diputado al que nadie conocía, se proclamara presidente. Que Guaidó cuente con el apoyo de Estados Unidos y una veintena de países más no ha roto la lealtad de los generales a un Maduro que los ha hecho ricos y poderosos.

La oposición no ha sido capaz de movilizar a la población como lo hizo en el 2017

La oposición, hasta ahora dividida y debilitada –tanto por la represión del régimen como por las rivalidades internas– no ha sido capaz de movilizar a la población como lo hizo en el 2017.

Al ejército no le tembló el pulso cuando apretó el gatillo durante las protestas de aquel año contra el chavismo, un uso excesivo de la fuerza que causó más 120 muertos. La ONU denunció la represión pero todo siguió igual.

Aquellas movilizaciones demostraron que no basta con llenar las calles si los militares no apoyan la revuelta. Hace 61 años, el 23 de enero de 1958, el ejército se sumó a la protesta contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y el régimen cayó. Los tanques en las calles de Caracas abrieron el paso a la democracia.

Maduro acusa a Juan Guaidó de ser un peón de Trump

Cuando el miércoles pasado, día 23, Guaidó apareció en el centro de la capital para pedir la renuncia de Maduro buscaba la complicidad del Estado Mayor en una fecha tan simbólica. La cúpula militar guardó silencio durante casi 24 horas, pero el jueves, el general Vladímir Padrino López, ministro de Defensa, se rio del “golpe” de Guaidó y se alineó con Maduro. No haberlo hecho habría puesto en peligro muchos privilegios acumulados.

Desde las protestas del 2016, impulsadas por una carestía y una inflación que se han agravado desde entonces, Maduro transfirió al ejército el control de la importación, producción y distribución de alimentos y medicinas, lo que supone, además, un dominio casi absoluto del mercado negro. Los militares controlan los puertos y las fronteras por las que circula un intenso tráfico de bienes de contrabando, especialmente petróleo y oro. Es muy posible, asimismo, que los generales controlen las rutas de la droga. Estados Unidos, por ejemplo, ha cursado orden de detención contra uno de ellos, Néstor Reverol, por narcotráfico. Este antiguo jefe de la Guardia Nacional, sin embargo, es hoy el ministro del Interior. Maduro lo protege y, haciéndolo, envía un mensaje a toda la cúpula militar

 

El petróleo y la minería son los otros grandes negocios que Maduro ha puesto en manos de los generales. Venezuela es el primer país del mundo en reservas de crudo y la industria, aunque diezmada por la falta de inversiones, es la principal fuente de ingresos del régimen. El ministro de Petróleo y presidente de PDVSA, la compañía nacional de petróleo, es el general Manuel Quevedo, que ha sido incapaz de frenar la merma de producción.

Los problemas económicos de Venezuela se agravaron en el 2014 a raíz de la caída del precio del crudo. Si la producción en el 2013 era de tres millones de barriles diarios, que se vendían a cien millones, hoy es apenas de un millón, con un precio de 60 millones. Esto significa que Venezuela ingresa cinco veces menos, demasiado poco para una economía que se basa casi exclusivamente en el monocultivo de los hidrocarburos.

 

 

La joya de la corona de PDVSA es Citgo, una refinadora con sede en Houston (Texas) y una amplia red de gasolineras en el sur de Estados Unidos. Maduro utiliza Citgo para avalar los créditos de Rusia y mantener engrasada la maquinaria militar.

La Administración Trump podría castigar a Citgo, impidiéndole importar petróleo de Venezuela. Esta medida anularía la principal fuente de divisas del chavismo, lo que repercutiría, seguramente, en el estado de ánimo de los generales. Sin embargo, el 7% del petróleo que EE.UU. importa procede de Venezuela y no quiere renunciar a él.

Gracias a este conflicto de intereses, los generales, de momento, respiran tranquilos –su negocio está a salvo–, mientras Guaidó, alentado por EE.UU., intenta seducir a los cuadros medios del ejército.

Maduro que, al no ser militar, no cuenta con la legitimidad que tenía Chávez, ha debido hacer muchas concesiones. Ha promocionado, por ejemplo, a 800 generales y almirantes, cúpula militar que ahora la forman 2.000 hombres. Además, 11 de los 30 ministros son militares, igual que 11 de los 23 gobernadores. La diferencia entre estos privilegiados y los cuadros intermedios es cada día más grande. Comandantes, capitanes y tenientes sufren, como cualquier otro venezolano, la escasez de alimentos y medicinas, así como los cortes de agua y luz, la inseguridad y una inflación que este año, según el FMI, alcanzará el diez millones por ciento. Si se sublevan y derrocan a Maduro, Juan Guaidó les promete una amnistía.

 

 

Un grupo de ellos lo intentó el lunes, pero fueron neutralizados cuando se disponían a asaltar el palacio presidencial de Miraflores. Maduro ha hecho frente a varias insurrecciones y siempre ha respondido con una fuerte represión. La contrainteligencia chavista funciona bien y las purgas son constantes. Al generalato, además, no se accede por méritos profesionales sino por lealtad al régimen. Esta mano dura con los uniformados la aprendió Maduro de Chávez, que en el 2002 superó un golpe de Estado instigado por Estados Unidos.

Miles de soldados han desertado ya porque el sueldo no les alcanza para vivir. Hay decenas de mandos intermedios exiliados en varios países dispuestos a sumarse a un golpe cuando sus colegas dentro de Venezuela se decidan.

Nicolás Maduro, mientras tanto, gana tiempo y acusa a Juan Guaidó de ser un peón de Trump. Este ingeniero de 35 años, que cursó un post grado en la Universidad George Washington, es desde hace tres años diputado en la Asamblea Nacional –institución en manos de la oposición pero sin poder político– y desde el pasado día 5 es su presidente. Ahora también es presidente de Venezuela, un presidente, sin embargo, sin Estado.

Maduro es presidente con Estado gracias a unas elecciones que se adjudicó el pasado mes de mayo. Votó menos del 50% del censo, la oposición no pudo participar y, aún así, hubo que amañar el resultado para sostener al líder chavista. El pasado día 10, Maduro juró el cargo e inició un nuevo mandato de seis años. Lo apoyan México, Cuba, Rusia, China y Turquía. Cinco días después, el senador estadounidense Marco Rubio pidió a Guaidó que asumiera él la presidencia con la argucia de que así lo permite la Constitución cuando al presidente se le considera ilegítimo. Guaidó dio un paso al frente con la esperanza que el respaldo diplomático forzaría la caída del chavismo, pero Maduro, de momento, resiste el envite.La Vanguardia

 

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