La Moskitia apuesta por el cacao como motor económico

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La agricultura y la industria que la acompaña representan el 42% de la actividad económica del país


Esta es la séptima y última entrega del reportaje multimedia de La Vanguardia sobre la Moskitia, realizado en colaboración con la ONG Ayuda en Acción. Una serie de artículos sobre temas como la situación de la mujer y la infancia, la influencia del narcotráfico, la defensa del espacio natural y la lucha contra el cambio climático. 

Johnny Rivas es maestro en Wampusirpi. Por las mañanas da clases y por la tarde cultiva la tierra. Tiene un campo de frijoles y otro de arroz junto al cauce del río Patuca. Planta diversas variedades de arroz. Una se llama “fifí”; otra, “cielito lindo” y otra más, “milagrosa”. No sabe de dónde han salido estos bautismos. También planta arroz noventeño y arroz chino. El grano del arroz chino es tan pequeño que lo llaman arroz enano. Es minúsculo pero a los pájaros no les gusta y eso es una ventaja.

Johnny planta el arroz en seco, como han hecho los miskitos desde siempre. Abre un agujero en la tierra con ayuda de un palo y ahí mete un buen puñado de semillas. Hasta cien o más llega a depositar en cada agujero.

Los cooperantes internacionales le recomiendan poner muchas menos y plantar en hileras, pero para eso sería necesario espantar a los pájaros y limpiar aún más la parcela, que está llena de troncos partidos, algunos medio quemados porque es normal incendiar el bosque para abrir campos de labranza. Una de estas organizaciones trajo un día un par de bueyes, animales que viajaron en balsa por el Patuca. Los ingenieros agrónomos habían determinado su idoneidad para conseguir cultivos más fáciles y productivos. Los miskitos recibieron los bueyes y, aunque habían tomado lecciones para hacerlos trabajar, prefirieron dejarlos de lado. No les gustaba el aspecto que tenían. Los cuernos les recordaban al demonio. “Son hijos del diablo”, animales de los que, definitivamente, no podían fiarse.

Si quieres conseguir un cambio real, primero has de cambiar a la persona, luego a la comunidad y, finalmente, a las autoridades”

“El cambio cultural siempre es el más difícil”, explica Luis Gradiz, responsable de Ayuda en Acción en la Muskitia. “Si quieres conseguir un cambio real, primero has de cambiar a la persona, luego a la comunidad y, finalmente, a las autoridades y el resto de actores. Es un proceso lento, que lleva años, pero no hay otro camino si quieres construir una solución que sea realmente efectiva”.

A Johnny le hablan de aumentar la productividad y no sabe exactamente qué sentido tiene producir más arroz o frijoles. Su familia consume unos cinco o seis quintales al año. Un quintal son cien libras, unos 45 kilos. Si hay excedente, lo intercambia por otros productos. ¿Por qué no lo vende? Porque el dinero es relativo en Wampusirpi. Él ya cobra un sueldo como maestro. Si aumentara la producción, podría vender el arroz en el mercado pero para eso debería pagar el transporte hasta la ciudad de Nueva Palestina o Puerto Cortés, dos días y medio de navegación río arriba o río abajo, un coste que le obligaría vender a un precio no competitivo.

Esta mujer de Plaplaya (La Muskitia) muestra las raíces de la yuca que utilizará para producir casabe, uno de los principales sustentos económicos para la población garífuna

Esta mujer de Plaplaya (La Muskitia) muestra las raíces de la yuca que utilizará para producir casabe, uno de los principales sustentos económicos para la población garífuna (Daniel Gama / Ayuda en Acción)

Rubén Ribas también hace cuentas. Es maestro y suma los quintales de cacao que produce en Pimienta, una comunidad cerca de Wampusirpi. “Me ocupo de la finca en mis ratos libres, y con eso me basta. Al año produzco 102 quintales en baba, lo que equivale a unos 36 en seco”. Halba, una compañía suiza de chocolates, le paga 43 lempiras por cada libra en seco. Si es en baba, el precio es sólo de 9 lempiras.

Óscar Salinas parte con cuidado las habas, grandes y amarillas del cacao. Dentro está la baba que envuelve las semillas. Para secar el cacao, antes hay que fermentarlo, un proceso que en la Muskitia muy pocos pueden hacer.

Podemos vivir del cacao, como en el departamento de El Paraíso viven del café”

Rubén Ribas hace cuentas: 43 lempiras por libra, cien libras por quintal, 102 quintales al año. Total: 438.600 lempiras, unos 15.655 euros. No está mal, una pequeña fortuna en la Muskitia.

A Nonila Balderramos también le salen las cuentas del cacao. Ha aprendido a tostarlo, molerlo y moldearlo. Josep Aguilá, un antiguo misionero catalán, le ha enseñado a hacerlo. Tienen un pequeño centro de producción de chocolate en Wampusirpi. “Puedo ganar unos 200 lempiras al día –asegura Nonila- y me gustaría dedicar el dinero a la educación de mis hijos y nietos.”

Josep Aguilá completa la cadena de producción del cacao en su aula y biblioteca de Wampusirpi, Honduras

Josep Aguilá completa la cadena de producción del cacao en su aula y biblioteca de Wampusirpi, Honduras (Daniel Gama / Ayuda en Acción)

Marcelo Antonio Herrera Palacios, alcalde de Wampusirpi, está convencido de que “podemos vivir del cacao, como en el departamento de El Paraíso viven del café. El café es allí una potencia y las familias tienen buenas casas y sacan adelante a sus hijos”.

La agricultura ocupa al 75% de los habitantes de Wampusirpi, campesinos en su mayoría como Johnny Rivas, que producen para subsistir y que, año a año, a causa del cambio climático, tienen más problemas para saber cuándo es mejor sembrar.

Marlon Escoto, comisionado presidencial para el Cambio Climático, explica que Honduras es uno de los países del mundo más vulnerables al aumento de la temperatura y la consiguiente alteración del clima, una presión que se acentúa en entornos frágiles como la Muskitia, un humedal donde la producción de alimentos está relacionada con las temporadas de lluvias “Cuando esto se modifica –asegura Escoto-, la posibilidad de adaptación de las comunidades es baja”.

Honduras es uno de los países del mundo más vulnerables al aumento de la temperatura

Es baja, en gran parte, por la gran dependencia del Patuca que tienen los habitantes de la Muskitia. El Patuca es uno de los ríos más caudalosos de Honduras. Mueve 1.500 metros cúbicos de agua por segundo, pero si el caudal desciende demasiado, se altera la navegación y las cosechas no pueden llevarse de un lado a otro. Las zonas inundadas en la época de lluvias, además, como explica Escoto, son buenas para el cultivo en la época más seca.

Marlon Escoto recuerda que el huracán Mitch alteró en 1989 las cuencas de los ríos y causó gravísimos daños medioambientales. Ahora, el cambio climático provoca lluvias torrenciales en poco tiempo y en un espacio reducido. “El 60% de la lluvia cae en sólo tres meses”, y si lo hace en una montaña deforestada, es frecuente que se produzcan movimientos de tierra.

Este agricultor espera la llegada de una embarcación para llevar sus sandías al mercado, La Muskitia

Este agricultor espera la llegada de una embarcación para llevar sus sandías al mercado, La Muskitia (Daniel Gama / Ayuda en Acción)

Nabil Kawas, director del centro hondureño de Ciencias de la Tierra, explica que “nuestra geografía no nos permite reducir la vulnerabilidad al cambio climático”, y por eso insiste tanto en aprovechar mejor el potencial de los ríos, para generar energía y desarrollar la agricultura. Asimismo, considera necesario propagar nuevas técnicas de cultivo, una modernización de la agricultura que choca con las prácticas ancestrales de los pueblos indígenas.

El miskito Johnny Rivas, por ejemplo, piensa seguir cultivando igual que siempre, con cien semillas por agujero. “Ahí es donde necesitamos introducir al ingeniero agrónomo –comenta Nawas- para explicarle que aunque ponga cien semillas no le van a salir más de diez plantas por agujero. Luego hay que acompañarlo, sentarnos con él, sembrar con él, esperar a que crezca la planta y demostrarle que tiene la misma productividad o mejor”.

Johnny Rivas, maestro y campesino de Wampusirpi (La Muskitia) en el claro que ah abierto en el bosque tropical para plantar arroz. La tierra es tan fértil y húmeda que no necesita inundarla para que crezca el arroz
Johnny Rivas, maestro y campesino de Wampusirpi (La Muskitia) en el claro que ah abierto en el bosque tropical para plantar arroz. La tierra es tan fértil y húmeda que no necesita inundarla para que crezca el arroz (Daniel Gama / Ayuda en Acción)

La agricultura y la industria que la acompaña representan el 42% de la actividad económica de Honduras. Plátanos, café y palma africana son monocultivos que se destinan a la exportación. Una ventaja de Honduras con los países vecinos es que la reforma agraria ha acabado con los grandes propietarios. Como recuerda Marlon Escoto, las 200.000 hectáreas de palma africana están repartidas entre 20.000 propietarios. Algo parecido sucede con el plátano y el café, y puede suceder también con el cacao en la Muskitia.

Los miskitos que producen cacao han creado una cooperativa y Halba les ayuda. No hace mucho, sin embargo, destinaron el dinero de la cooperativa a curar al hijo de un compañero que había caído enfermo. La empresa suiza no entendía cómo podía utilizarse un dinero que era de todos a un asunto particular, por doloroso que fuera. Los miskitos, sin embargo, no lo dudaron. Para ellos no hay nada más importante que la comunidad y la vida de sus miembros.

Plantaciones de palma africana en La Muskitia (Honduras), junto al mar Caribe. En Honduras hay unas 200.000 hectáreas dedicadas al cultivo de la palma africana. A estas extensiones se las conoce como deserto verde debido al daño que la palma crea en la tierra.
Plantaciones de palma africana en La Muskitia (Honduras), junto al mar Caribe.En Honduras hay unas 200.000 hectáreas dedicadas al cultivo de la palma africana. A estas extensiones se las conoce como deserto verde debido al daño que la palma crea en la tierra. (Daniel Gama / Ayuda en Acción)

Esta costumbre, esta cosmovisión, ha preservado la Muskitia hasta ahora. La tala de bosques, la minería, la deforestación para abrir pastos y las presas en el río Patuca alteran el equilibrio y amenazan el paraíso.

Johny Rivas, que avanza por el bosque con dos de sus hijos a cada lado, abre un pequeño corte en el tronco de una higuera. Mana entonces una leche que funciona como un pegamento para reparar balones de fútbol y neumáticos de bici reventados. “Sólo un pequeño corte, con eso basta, no hace falta más”.

Johnny preserva por instinto, lleva la sostenibilidad en los genes y no sabe muy bien si algún día se interesará por el mundo de la productividad.

Publicado por La Vanguardia.

 

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