Crece la desesperación en la frontera y, con ella, las ganancias de los coyotes

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REYNOSA, México — Los traficantes de personas que acechan las paradas de autobuses, los refugios para migrantes y las calles serpenteantes de esta ciudad fronteriza no tienen problemas para hacerse de clientes como Julián Escobar Moreno.

Este migrante hondureño llegó a Reynosa, México, con la intención de solicitar asilo en Estados Unidos, pero las nuevas políticas migratorias de ese país lo empujaron a recurrir a los cárteles locales de tráfico de personas, cuyo negocio está en auge.

“La verdad, no quiero cruzar de manera ilegal, pero en realidad no tengo otra opción”, dijo Moreno, de 37 años.

El gobierno de Trump, que ha cerrado parcialmente el gobierno federal en una lucha por obtener financiamiento para un muro fronterizo mejorado, ha adoptado distintas estrategias en los últimos dos años para disuadir a los migrantes y convencerlos de regresar a su país o de no hacer la travesía.

Julián Escobar Moreno, un hondureño que quiere solicitar asilo a Estados Unidos, en un refugio para migrantes en Reynosa CreditMeridith Kohut para The New York Times

El esfuerzo más reciente es una política que admite apenas a unos cuantos solicitantes de asilo al día en los cruces fronterizos. A consecuencia de estas medidas, los migrantes deben esperar semanas y meses del lado mexicano de la frontera antes de poder presentar sus solicitudes.

En Reynosa y en otros lugares, los retrasos ocasionados por esta política están empujando a muchos migrantes a evaluar los costos y los peligros de una opción más veloz: contratar a un traficante de personas, a un costo cada vez mayor, para que los ayude a ingresar a Estados Unidos.

En noviembre, el número de familias migrantes arrestadas mientras intentaban cruzar la frontera alcanzó niveles históricos y algunas de las personas detenidas habían recurrido a polleros en algún momento de la travesía.

“Lo que hemos visto es que nadie está logrando cruzar la frontera”, comentó Héctor Silva, director de un centro que provee servicios a los migrantes ubicado cerca de la ribera del río Bravo, que separa a Reynosa de McAllen, Texas. “Esto obliga a las familias, en medio de su desesperación, a entrar de forma ilegal”.

Una larga fila de personas espera durante horas para cruzar de Reynosa a Texas. CreditMeridith Kohut para The New York Times
Elegir entre soportar una larga espera o acelerar el ingreso a Estados Unidos de manera ilegal es algo que muchos viven a diario no solo en Reynosa –donde el sonido de los disparos se ha convertido en el ruido de fondo de la ciudad–, sino a lo largo de toda la frontera con Estados Unidos hasta llegar a Tijuana, donde se gesta una crisis mientras miles de centroamericanos esperan su turno para cruzar.

Una visita a un refugio para migrantes en Reynosa disipa las dudas sobre cuántos de ellos consideran la opción de entrar de contrabando.

“Tengo miedo de ir al cruce fronterizo porque me deportarán”, dijo Máximo René Arana Núñez, un guatemalteco que llegó a Reynosa hace unos días y está buscando cruzar. “Estoy atorado aquí hasta que mi familia en Estados Unidos pueda ahorrar suficiente dinero para pagarle a un pollero”.

El precio que los traficantes pueden exigir está aumentando junto con la demanda de sus servicios, según personas que han sido deportadas recientemente, migrantes que están intentando cruzar y funcionarios locales.

Reynosa es una de las ciudades más peligrosas en México. CreditMeridith Kohut para The New York Times

Para los que pueden costear el cruce y están dispuestos a aceptar el riesgo, es fácil encontrar traficantes de personas en Reynosa. Las calles están llenas de intermediarios de los cárteles de tráfico de personas, quienes ofrecen sus servicios sin ningún pudor.

Los peligros de los cruces ilegales no bastan para disuadir a los migrantes. Tienen miedo, pero muchos sienten que no tienen otra opción. Para muchos, el cálculo se basa en una simple verdad: lo que dejaron atrás es peor que lo que les espera.

“No tengo opción, no puedo estar allá”, dijo Moreno acerca de su Honduras natal. “Nuestro gobierno es totalmente corrupto y si los mexicanos o estadounidenses me deportan, estoy muerto”.

Moreno ahora trabaja turnos de doce horas en las afueras de la ciudad, tratando de ahorrar lo suficiente para pagarle a un traficante.

La hora del desayuno en un refugio para migrantes en Reynosa CreditMeridith Kohut para The New York Times

Para otros migrantes en el refugio, la ecuación no necesariamente es de vida o muerte, sino de cambiar las penurias bien conocidas por una esperanza más incierta.

“Mira, sabemos cuál es la situación en nuestro país”, dijo Osman Noé Guillén, de 28 años, quien llegó a Reynosa con su esposa poco después de que contrajeran matrimonio; para ellos, el viaje en autobús desde Honduras fue algo así como una luna de miel. “No sabemos qué pasará cuando crucemos”.

Guillén tomó de la mano a su esposa, Lilián Marlene Menéndez, y dejó escapar una sonrisa. La fe ciega y la necesidad económica fueron suficientes para ellos. No sabían lo sombría y peligrosa que era Reynosa antes de llegar, solo que era el cruce más cercano desde Honduras y por lo tanto el más barato.

Dijeron que sí, que habían escuchado la retórica de odio hacia los migrantes en Estados Unidos y que sabían sobre las deportaciones y la larga espera en la frontera, pero no les importó.

Osman Guillén y Lilian Menéndez llegaron a Reynosa desde Honduras poco después de casarse. CreditMeridith Kohut para The New York Times

“La desesperación te lleva a hacer locuras”, dijo Guillén. “No creo que nada me detenga. Sin duda, un muro no lo hará”.

La pareja, que ya negoció el próximo tramo de la travesía con los traficantes locales, dijo que aceptaba los riesgos de continuar. Se sabe que los traficantes, llamados coloquialmente polleros o coyotes, matan o dejan varados a los migrantes que no pagan, o extorsionan a los que tienen familias que pueden hipotecar sus casas o conseguir más dinero.

En días recientes, a la pareja le dieron un precio de 7000 dólares por cada uno solo por cruzar el río Bravo hasta el lado de Texas.

Ese parece ser el precio máximo; últimamente, a muchos centroamericanos les han cobrado tarifas de 5500 dólares por llevarlos del otro lado del río. No hace mucho, la cuota era de 4000 dólares.

Unos migrantes recién deportados de Estados Unidos son procesados por las autoridades migratorias mexicanas. CreditMeridith Kohut para The New York Times

Algunos de los migrantes entrevistados que planeaban intentar ingresar con la ayuda de contrabandistas mencionaron que, a pesar de ello, tenían la intención de solicitar asilo si lograban llegar a Estados Unidos.

Aunque el principal objetivo de la nueva política estadounidense sobre los solicitantes de asilo es disuadir a los migrantes centroamericanos de hacer el viaje a la frontera, esta también está afectando a las políticas mexicanas y la vida de los mexicanos en las ciudades fronterizas.

La alcaldesa de Reynosa, Maki Esther Ortiz Domínguez, mencionó que su ciudad, en el estado de Tamaulipas, ya era una de las más peligrosas del país; dijo estar preocupada porque la situación podría empeorar, ya que los delincuentes se aprovechan de los migrantes o los reclutan para que se unan a sus filas.

“Esta política podría detonar en cualquier momento una nueva ola delictiva aquí”, comentó Ortiz Domínguez.

En medio del puente que conecta Reynosa con Hidalgo-McAllen, la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos construyó este verano una nueva caseta de escaneo preliminar por la que deben pasar las personas que quieren ingresar a territorio estadounidense. Al menos dos agentes trabajan en la diminuta estructura solicitando a todo el que pasa por ahí que muestre su identificación.

Los migrantes inspeccionan las cajas de alimentos vencidos donados por supermercados locales a un refugio para migrantes. CreditMeridith Kohut para The New York Times

Recientemente, los agentes mexicanos han comenzado a actuar como primera línea de defensa en la frontera. Mientras la gente espera formada para cruzar el puente, sacan de la fila a los centroamericanos para exigirles sus papeles y detenerlos si no han llenado los documentos correctos.

Algunos llevan meses esperando a que sus familiares les envíen dinero para el pago del trámite.

La nueva estrategia de los oficiales mexicanos en la frontera comenzó a consecuencia de la presión de Estados Unidos, comentó un funcionario mexicano en Reynosa, quien solicitó anonimato debido a que no estaba autorizado para hablar de la decisión públicamente.

Fue esta nueva estrategia de las autoridades mexicanas la que hizo caer en una trampa a Moreno.

El hondureño salió de su país huyendo de la pandilla Calle 18 por negarse a trabajar para ellos y creyó que tenía fundamentos para solicitar asilo en Estados Unidos, por lo que acudió al puente en Reynosa para poder dar inicio al proceso de solicitud.

Un servicio religioso en un refugio para migrantes CreditMeridith Kohut para The New York Times

Sin embargo, momentos después de llegar con su esposa embarazada y sus tres hijos al pie del puente internacional, él y su familia fueron detenidos y arrestados por agentes mexicanos.

Hace unos meses, las autoridades mexicanas habrían ignorado la falta de papeles de Moreno, según funcionarios locales y abogados migratorios; sin embargo, Moreno tuvo que permanecer en una celda durante veinte días y su familia fue llevada a un refugio provisional.

Los servicios ofrecidos por los traficantes en Reynosa no solo atraen a los centroamericanos. Los mexicanos también emplean sus servicios, aunque a un menor costo, pues los precios que se cobran parecen depender de qué tan mala es la situación en el país de origen del migrante.

Hace poco, en una oficina migratoria de Reynosa, un grupo de mexicanos esperaban sentados a ser procesados tras su deportación de Estados Unidos.

“Para las autoridades migratorias, es un trabajo”, comentó Melvin Gómez, de 18 años, originario del estado mexicano de Chiapas. “Para los mexicanos y los centroamericanos, la inmigración es un sueño”.

Gómez acababa de tratar de cruzar por cuarta ocasión el día anterior.

“Tenemos un motivo para vivir”, dijo, “y eso hace que sigamos adelante”.

The New York Times/ Azam Ahmed

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