El pueblo de Jakelin Caal, la niña migrante que murió tras ser detenida en EE. UU.

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SAN ANTONIO SECORTEZ, Guatemala — Claudia Maquín se despidió de su hija de 7 años hace una semanas. La niña y su padre dejaron este pueblo con la esperanza de construir una vida mejor en Estados Unidos.

Ahora Claudia espera volver a ver a su hija, de quien tendrá que despedirse otra vez.

El esposo y la hija de Claudia, Jakelin, sí lograron cruzar la frontera hacia Estados Unidos. Pero apenas un día después, el 8 de diciembre, la niña falleció cuando estaba en la custodia de la Patrulla Fronteriza estadounidense.

A Claudia, de 27 años, ya no le queda más que aguardar a que repatrien el cuerpo de su hija; lo espera bajo el cuidado protector de su familia extendida, en un pueblo de hogares de techo de paja en una ladera de Guatemala.

Claudia tiene una explicación muy sencilla sobre por qué su esposo se unió a tantas otras que realizan el peligroso trayecto hacia el norte: la falta rotunda de oportunidades en esta parte verdosa y remota del país. Las comunidades indígenas como la que habitan los Caal-Maquín han enfrentado décadas de pobreza, marginación y represión por parte de las élites políticas y económicas.

“Vivo con una profunda tristeza desde que me enteré de la muerte de mi hija”, dijo Claudia en la lengua maya kekchí a través de un intérprete. “Pero no hay trabajos y eso provocó la decisión de irse”.

Un homenaje a Jakelin frente al hogar de su abuelo CreditDaniele Volpe para The New York Times

En Estados Unidos, la muerte de Jakelin se ha vuelto un nuevo foco de tensión en el debate político sobre la inmigración. Pero en Guatemala la emigración constante es vista como muestra del fracaso del gobierno en proveerles oportunidades a esos migrantes, sobre todo a las personas indígenas, que suman por lo menos el 40 por ciento de la población del país.

El Banco Mundial no clasifica a Guatemala como una nación pobre. Pero las estadísticas que la señalan como nación de clase media alta no dejan entrever las profundas inequidades, el legado de siglos de racismo y el control económico afianzado en grupos de poder que aún ahora se resisten a paliar los peores efectos de la discriminación sistémica del país.

Los guatemaltecos ven desde hace tiempo en la emigración la posibilidad de huir de las desigualdades y divisiones arraigadas en su tierra. Sin embargo, la cantidad de guatemaltecos detenidos al intentar cruzar la frontera de México y Estados Unidos los últimos meses sugiere que aún más de ellos están intentando cruzar.

El padre de Jakelin, Nery Caal, de 29 años, fue parte de ese éxodo. Se encaminó a Estados Unidos porque creía que con poca educación y un pequeño terreno no podía mejorar su vida ni la de su familia.

Maquín y su hija Ángela, sentadas, son examinadas en una clínica de salud.CreditDaniele Volpe para The New York Times

La decisión de Caal de dejar Raxruhá no fue algo fuera de lo común en el municipio. Siempre ha habido un flujo constante, de diez, veinte o treinta personas que se van cada mes, a decir de César Castro, el alcalde.

Pero ahora, en menos de dos meses, se han ido 200 familias, dijo Castro. No pudo explicar el porqué del súbito aumento, pero ofreció una teoría:

“Alguien vino y engañó a la gente. Les dijo: ‘Te voy a conseguir asilo político, trae a un niño’”, sugirió Castro. “Es una nueva táctica y la gente se la cree por la pobreza”.

La familia de Nery Caal dijo que él decidió llevarse a Jakelin porque el padre y su vivaz hija eran muy cercanos.

Pero puede que Nery, como tantos otros, haya escuchado de personas que ya hicieron el viaje o del contrabandista al que pagó, que tenía más oportunidades de quedarse en Estados Unidos si llegaba acompañado por un niño.

La gente no tiene acceso a información que desmienta lo que les dicen los coyotes.

En Raxruhá no hay televisiones, mucho menos acceso al internet, aunque la alcaldía comenzó hace poco a transmitir un segmento noticioso en kekchí por la radio comunitaria para advertir de los peligros a la gente que intente viajar a Estados unidos.

De vez en cuando al poblado llegan las buenas noticias: alguien sí logró cruzar. Cuando eso sucede, los residentes de San Antonio Secortez, entre ellos la familia de los Caal y Maquín, revientan cohetes para celebrar.

En San Antonio Secortez las familias intentan sobrevivir con los cultivos de maíz y de frijoles, así como la crianza de chivos, pollos y cerdos. Cada quetzal es preciado para las personas campesinas; Domingo Caal, el patriarca de la familia, usualmente calcula sus gastos mensuales con base en cuánto maíz deberá vender para poder costearlos.

Durante la guerra civil de 1960 a 1996, Domingo ayudó a organizar un colectivo de agricultores kekchí para defender las tierras de las guerrillas de izquierda y del gobierno militar, que perpetró varias matanzas de comunidades indígenas a principios de los años 80.

“Había que cuidarse mucho”, dijo Domingo.

En la casa de Jakelin aún hay ropa de ella. CreditDaniele Volpe para The New York Times

El ejército realizó algunas de las peores matanzas durante el mandato del general Romeo Lucas García en Alta Verapaz, el departamento donde vive la familia Caal-Maquín, y en zonas vecinas. Los nombres de varios pueblos son conocidos por la gente en Guatemala justamente por la cantidad de sangre derramada ahí.

Los cultivos ya no rinden igual que antes, a decir de Domingo. No está seguro si se debe a distintos patrones climáticos o a peores condiciones del suelo o quizá a algo más. “No sé si es por Dios o culpa nuestra”, dijo.

Los bosques al norte han sido convertidos en cultivos de aceite de palma y hay menos venados y jabalíes para la caza; Domingo añadió que han disminuido los peces en los ríos.

“Luego creció la familia”, indicó Domingo, cuyo hogar de madera —de una planta y con piso de tierra— es el centro de la actividad de los Caal-Maquín. De un lado las mujeres cocinan en un horno de leña y del otro está la mesa de madera en la que come la familia.

Las personas reunidas ahí dijeron que cada vez es más difícil sobrevivir.

“No hay espacio ni oportunidad”, dijo José Manuel Caal Cruz, de 33 años, el hijo mayor de Domingo.

Y escasea la ayuda por parte del gobierno, que tiene poco dinero para gastar: en relación con el tamaño de la economía nacional, las autoridades en Guatemala recaudan una porción menor de impuestos que cualquier otro país del mundo, según el Banco Mundial.

Aunque sí llegan algunos servicios a San Antonio Secortez. El 17 de diciembre el enfermero itinerante Arnoldo Quib Che hizo su visita mensual al poblado, para revisar a las mujeres embarazadas y a los menores de edad. Claudia Maquín llevó a su hija de seis meses, Ángela —hermana de Jakelin—, porque le preocupaba la fiebre de la bebé.

Alrededor de 50 por ciento de los niños guatemaltecos están malnutridos, aunque en San Antonio Secortez los bebés solo toman leche materna y no hay comida chatarra. Las familias se alimentan casi exclusivamente de lo que cosechan, incluidos huevos y pollo de las granjas, según Deysi Amarilis Alvarado, enfermera auxiliar.

Los registros médicos de Jakelin, que tenía Alvarado, muestran que el crecimiento de la niña había sido normal.Claudia Maquín, a la derecha, carga a su hija Ángela en compañía de familiares. CreditDaniele Volpe para The New York Times

Claudia Maquín dijo, sin importar el pesar, que no quiere que su esposo regrese a casa para ayudar a criar a los tres hijos que aún viven: Audel, de 9 años; Elvis, de 5, y Ángela. Nery Caal se está quedando en un albergue para migrantes de El Paso, Texas, mientras las autoridades forenses de ahí realizan la autopsia de Jakelin.

En un comunicado, la Patrulla Fronteriza dijo que sus agentes hicieron “todo lo que estaba en su poder” para cuidar a la niña. Un funcionario de la Casa Blanca aseguró que el gobierno de Donald Trump, que este año fue muy criticado por el trato a niños migrantes, no era responsable de la muerte de Jakelin.

Nery Caal disputó un comunicado anterior de la Patrulla Fronteriza que sugería que la menor no había comido nada ni tomado agua durante días en el trayecto fronterizo. Claudia Maquín está furiosa por las insinuaciones de que la pareja no cuidaba bien a Jakelin.

Dijo que ha aceptado dar entrevistas y posar para fotos porque espera que eso ayude a su marido a tramitar un permiso para quedarse en Estados Unidos y trabajar allí.

Claudia no cree que haya otra opción para salir de la pobreza familiar, que creció por la deuda con el coyote que llevó a Nery y a Jakelin a la frontera. La familia no quiso decir cuánto pagaron, pero el alcalde, Castro, estima que el monto está entre 5000 y 10.000 dólares.

A decir de Claudia, la decisión de Nery para emprender el trayecto no fue para nada sencilla.

“Llevaba rato hablando de irse”, dijo. “La tierra aquí no basta”. The New York Times/Elisabeth Malkin

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