ROCÍO MONTES, SANTIAGO DE CHILE
La decisión del Papa de expulsar del sacerdocio a Karadima era esperada por años en Chile, un país donde Francisco lleva adelante una histórica limpieza y donde la Fiscalía destapa día a día nuevas causas de delitos sexuales cometidos por religiosos en todo el país: ocho obispos y 221 sacerdotes son investigados y las causas abiertas llegan a 126, aunque aumentan cada día. En Chile no se comprendían las razones para mantener a Karadima dentro de la institución, aunque su salida parecía inminente luego de que el Papa, hace dos semanas, decidiera aplicar el mayor castigo posible, el de la expulsión, contra el sacerdote Cristián Precht, un ícono de la lucha contra la dictadura acusado de “conductas abusivas con menores y mayores de edad”.
Hace siete años, Karadima había sido condenado por la Iglesia por abusos sexuales contra menores, pero logró evadir a la Justicia penal amparado en la prescripción de sus delitos. Era un abusador de niños y de jóvenes y, en paralelo, símbolo del clasismo, del apego de una parte de la Iglesia al poder económico y social, de la derecha doctrinaria que defendió el régimen militar de Pinochet. Desde la parroquia El Bosque, en una buena zona de Santiago de Chile, formó una especie de secta a su alrededor. Fue un cura influyente que armó un imperio financiero y un formador de obispos. De los siete que desde mayo han dejado sus cargos luego de que el Papa les aceptara la renuncia, cuatro han salido por su cercanía con Karadima y por parecer insostenible que no hayan encubierto sus delitos.El País/Daniel Verdú