Sólo una veintena de supremacistas acudieron a la protesta, frente a los miles manifestantes antirracistas
Máxima alerta en la capital del mundo libre.
Los supremacistas, admiradores del nazismo y nostálgicos de la esclavitud, se manifestaron ayer en Washington, en Lafayett Square, enfrente de la Casa Blanca, símbolo de la democracia.
En uno de sus tuits sabáticos, el presidente Trump denunció “todos los tipos de racismo” –frase que gusta mucho a los nacionalistas blancos–, pero no condenó específicamente la marcha supremacista, que se sienten reforzados bajo su gobierno. Sin embargo, su demostración de fuerza quedó ridiculizada. La presión mediática, con una supervisión absoluta de la escena, les pudo. Escasamente dos docenas se dejaron ver, mientras que varios centenares de anti racistas los desbordaron. Les ganaron en musculatura.
Un gran despliegue policial trató de evitar el tumulto y la confrontación directa con los contra manifestantes anti fascistas, que tuviero algún roce con los agentes.
“Pocos, muy pocos de nuestros visitantes comparten las opiniones que se expresarán en Lafayette Park”, afirmó en las vísperas la alcaldesa de la capital, Muriel Bowser. “Vendrá gente a nuestra ciudad con el único propósito de difundir el odio. Esto no tuvo sentido el pasado año y no lo tiene tampoco ahora”, subrayó.
Murió Heahter Heyer, de 32 años. Susan Bro, su madre, depositó ayer unas flores en esa calle. “Voy a continuar trabajando en favor de la justicia racial”, declaró.
Charlottesville denegó el permiso a que la marcha supremacista se repitiera. Las autoridades declararon además del estado de emergencia en previsión de posibles altercados. Los llamados “antifas” acudieron a rendir tributo a la memoria de Heyer. Frente a la prohibición, los supremacistas pidieron autorización en Washington y la obtuvieron. “No existe constancia de que se haya denegado nunca un permiso solicitado aludiendo a la primera enmienda (derecho a la libertad de expresión), no hubo mucha discusión sobre la cuestión de si se debía dar o no”, señaló Mike Litters, portavoz del servicio de parques en un comunicado para justificarse.
Los nacionalistas blancos se concentraron por la tarde en Foggy Botton, vecindario al oeste de la Casa Blanca, y caminaron kilómetro y medio hasta el recuadro de Lafayette que les habían designado. En su autorización se indicó que era para 400 personas. Ni de lejos.Ni el reclamo de que intervendría David Duke, líder del Ku Klux Klan (KKK), les movilizó. Duke no se dejó ver.
Las imágenes resultaban elocuentes. Los progresistas ganaron por una tremenda goleada.
Los neonazis se reúnen en el aniversario de Charletosville, donde murió una mujer
El centro de Washington estaba repleto de vallas policiales. Existía el temor de que, aunque contuvieran la confrontación directa durante las dos horas del acto, se registraran confrontaciones posteriores, como sucedió el pasado fin de semana en Portland, en el estado de Oregón. Después de los incidentes del pasado verano, Trump causó consternación al avalar a los neonazis declarando que “había buena gente en los dos lados”.
Esta vez, el viernes, optó por volver a acusar de anti patriotas a los futbolistas –la mayoría negros–que ponen la rodilla en el suelo, en protesta por la violencia contra los negros, y pedir que los dejen sin sueldo.
“No ha ido suficientemente lejos”, terció en la ABC el congresista afroamericano Elijah Cummings. “Pienso que es un nivel muy bajo que el presidente de Estados Unidos simplemente diga que está en contra del racismo. Debería hacer algo mejor que esto. Debería dirigirse a la gente que está lanzando comentarios racistas y protagonizando actos de este tipo”, recalcó. Hay, en cambio, otras evidencias. Desde Charlotesville, Trump ha acentuado su ataque a los deportistas negros. Entre estos, despreció la inteligencia de LeBron James, el mejor jugador de baloncesto.
Ese mismo argumentó del escaso coeficiente intelectual lo ha empleado para descalificar a la congresista negra Maxine Waters. En su repertorio incluye describir a los hispanos como animales o sostener que los chino-americanos son espias.Ese tipo de léxico ha despertado el recelo de los blancos, que llaman a la policía para denunciar a negros que no hacían más que alojarse en un apartamento de Airbnb o comprar en una tienda de lujo.
La Vanguardia