La lucha de las judías de Israel

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Cada Rosh Hodesh, es decir, cada comienzo de mes, un grupo de mujeres judías reclama poder orar en las mismas condiciones que lo hacen los hombres frente al muro de las Lamentaciones, en Jerusalén. Ya son treinta años de insistencia para que el primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu, deje a las mujeres poder rezar en la misma zona que los hombres, en voz alta, poder cantar y no tener que llevar una vestimenta impuesta.

Las Mujeres del Muro (WOW), cada mes desde 1988, se enfrentan a los insultos de los varones ultraortodoxos que, ocasionalmente, también les lanzan piedras, vasos y botellas. Mientras, ellas cantan y leen varios rollos sagrados de la Torá, el Pentateuco, una práctica que también está prohibida para las mujeres judías religiosas. La última acción reivindicativa se produjo en el año 2016, cuando las manifestantes buscaban explicación a por qué el Gobierno no había comenzado las obras de una nueva zona de rezo mixto que había prometido en enero de ese mismo año y que a día de hoy no ha llegado.

“La influencia y el poder de los ultraortodoxos son cada vez mayores en el Gobierno israelí”

Hasta ahora, la parte exterior del Kotel (nombre hebreo del muro de las Lamentaciones), con una extensión escasa de 60 metros, está dividida en una zona mayor a la izquierda para los hombres y una de menor medida a la derecha para las mujeres. Además, hay otro espacio de rezo acondicionado desde el 2012, allí donde el muro excavado bajo los edificios del viejo Jerusalén, está cubierto. Esta zona mide apenas seis metros cuadrados y en ella pueden rezar mujeres, hombres, familias y turistas.

Las mujeres reclaman al Gobierno que cumpla el acuerdo, es decir, que habilite una zona accesible, visible y al mismo tiempo con garantías de mantenimiento, que se situaría en el Arco de Robinson, al sur del muro de las Lamentaciones.

“El clima legal y político no está a nuestro favor”

“El principal motivo para que el Gobierno no haya ampliado la zona de rezo mixto se debe a que los judíos ortodoxos, y especialmente los ultraortodoxos, no quieren”, afirma el politólogo de la Universidad Hebrea de Jerusalén Mario Sznajder. Estos grupos más conservadores forman parte de la coalición de gobierno del primer ministro desde el 2009 y una decisión a favor del rezo mixto amenazaría la estabilidad de dicha coalición. Los ultraortodoxos, a cambio de su apoyo político a Netanyahu, han monopolizado todas las prácticas religiosas, desde la circuncisión a los matrimonios.

“El clima legal y político no está a nuestro favor”, recalcan las WOW, que no sólo han visto cómo las promesas no se han cumplido sino que la influencia y el poder de los ultraortodoxos es cada vez mayor, lo que dificulta enormemente que el acuerdo al que se llegó en el 2016 se haga realidad. “La policía del muro ha intensificado sus respuestas contra nosotras a lo largo del tiempo”, asevera Elizabeth Kirsh­ner, directora de comunicación de este grupo de 70 mujeres. Aun así, ellas no se rinden y aunque quede “un largo camino por recorrer”, están dispuestas “a seguir luchando en todos los frentes, ya sea político, legal o cultural”.

Con esta posición en contra de construir la zona de rezo mixto, el primer ministro puede perder el apoyo político y económico que llega desde Estados Unidos, “mayormente, de reformistas judíos que se posicionan al lado de las Mujeres del Muro”, recalca Sznajder.

Además, esta protesta está impactando en judías más jóvenes, adolescentes y niñas, que ven una vía de empoderamiento femenino dentro de la tradición y la cultura características del judaísmo. Tal es la implicación, que el Comité Americano de Asuntos Públicos (Aipac) envió una delegación a Jerusalén el año pasado. El objetivo era llevar el caso ante el Tribunal Supremo israelí para que se expusieran los argumentos que habían hecho “congelar el acuerdo” y, en el caso de ser insuficientes, volver a retomar el proyecto.

Estos dos bandos enfrentados colocan al Gobierno israelí en una posición delicada. Así se explica que aún no se haya solucionado una lucha de treinta años.

La Vanguardia

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