Los turcos deciden mañana si entregan todo el poder al presidente Erdogan

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El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) empieza a morderse las uñas, después de 16 años ganándolo todo. Las elecciones para un parlamento disminuido y una presidencia reforzada debían ser un mero trámite para que Recep Tayyip Erdogan oficializara su condición de nuevo sultán de una Turquía más próspera, más polarizada y más insegura acerca de sus libertades y su lugar en el mundo. A pocas horas de acudir a las urnas, esa certeza se ha disipado ante la revelación de la campaña –el campechano y combativo Muharram Ince– y el cansancio de un presidente agrio y encumbrado.

Cada día que pasa, Erdogan necesita soltar lastre autoritario para mantenerse como favorito. Anteayer manifestaba por primera vez que podría tantear una coalición si su Alianza Popular –con sus socios de extrema derecha del MHP– no suma la mitad de los escaños. Una posibilidad antes remota y que crece de la mano de las expectativas de los nacionalistas kurdos del HDP de superar el 10% de votos a nivel nacional –un umbral para obtener representación fijado por la junta golpista en los ochenta. Tal como sucedió en el 2015, muchos electores no kurdos, pero de izquierdas, prestarán su voto al HDP, enfurecidos por la anomalía de que su candidato, Selahattin Demirtas, se encuentre en prisión preventiva desde el 2016.

La otra gran mancha de los comicios es su celebración con el estado de excepción en vigor. El clima de hartazgo, tras dos años de purgas al amparo de la asonada, ha llevado al AKP a prometer el levantamiento de las medidas de emergencia en dos semanas –la oposición, en dos días.

La mala noticia para estos últimos es que, incluso si conquistaran la Asamblea, el papel de esta ha sido severamente limado por la reforma presidencialista aprobada en referéndum por los pelos, hace un año.

Erdogan reconoce por primera vez que su mayoría en la Cámara no está asegurada

La excepcionalidad se registra también en la cobertura televisiva –hoy es día de mítines finales– con un minutaje muy favorable a Erdogan, a una distancia abrumadora de Ince (los demás casi ni existen). Aunque el candidato del CHP dio anteayer un mitin tan multitudinario en su feudo de Esmirna que era imposible de esconder, también lo fue el de Erdogan el pasado domingo en Estambul, con la aparición por sorpresa de la retirada Tansu Çiller, que fuera primera ministra en los espantosos años noventa y que no está dispuesta a ceder el título de “dama de hierro” a la candidata del Partido Bueno, Meral Aksener, que ha perdido fuelle. A esta tránsfuga del MHP y a su nueva formación no les ha ayudado que Erdogan ni siquiera los mencione, centrando sus dardos en Muharram Ince y el CHP.

Fue Aksener quien vetó que el HDP formara parte de la coalición anti Erdogan, en la que sí figura el pequeño Partido de la Felicidad, más islamista que el AKP, Las fuerzas de esta heterogénea Alianza Nacional –de la nación turca– siempre han negado la existencia de un problema kurdo –y a veces hasta de los kurdos–, por lo que casi no existen en el sudeste del país, a diferencia del AKP, al que votan los kurdos religiosos, casi la mitad. Sin embargo, Ince ha visitado a Demirtas en la cárcel y los votantes del HDP podrían agradecérselo en una hipotética segunda vuelta.

Cabe señalar que Erdogan ha basado su carrera en su primer eslogan municipal, hace más de treinta años: Tayyip, que vendía rosquillas en Kasimpasa, es “uno de los nuestros”. Pero Ince, un profesor de física y química, esgrime ahora que Erdogan se ha convertido en “un turco blanco” y que él es “el turco negro”.

La economía, que hasta ahora había soplado a favor del AKP, está desacelerando

Por otro lado, la economía, que hasta ahora había soplado a favor del AKP, está desacelerando. Aún crece más que en cualquier otro país de la OCDE, excepto Irlanda, pero dopada y a crédito. Para empeorar el panorama, la lira turca ha acelerado su depreciación –que dura varios años– mientras que la inflación ronda el 10%. Algo que inquieta a los turcos, aunque quizás no lo bastante como para provocar un vuelco –menos, en cualquier caso, que la rebaja de perspectivas de los jóvenes. Cabe recordar que, antes de Erdogan, circulaban billetes de 20 millones de liras.

La división social es palpable, pero la campaña está resultando una válvula de escape. Al cruzar el acueducto de Valente, el taxista se identifica como kurdo tan pronto como este corresponsal se identifica como catalán. “Es lo mismo”, exclama con una amplia sonrisa. Cuando se le pregunta si el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y el HDP son lo mismo, tampoco se anda por las ramas: “Lo mismo, lo mismo”.

Estas elecciones, como todas las anteriores, son un plebiscito sobre el caudillismo de Erdogan, la figura más importante de la política turca desde Mustafa Kemal Atatürk, el general laicista de partido único venerado por la oposición. A diferencia de este, Erdogan no ha adoptado un apellido que significa “padre de los turcos”, ni se ha inaugurado estatuas en vida, pero gasta un paternalismo parecido, en abstemio. Tampoco le ha levantado estatuas a quien llama Mustafa Kemal Pasha, mientras construía 10.000 mezquitas con lavabos. Lo contrario de lo que pasaba antes.

Son raras las visiones distanciadas, como la del director de excavaciones de Troya: “Si tomas los últimos treinta años, ves un avance”. Y eso que este reúne, como aleví y kurdo, las condiciones para estar en la otra trinchera. Los alevíes, singularmente, temen el rodillo suní del AKP. Pensando en ellos, Ince –aunque su hermana se cubre el pelo– ya ha apuntado que haría optativas las clases de islam. También ha amagado con echar a EE.UU. de la base de Incirlik si no extradita al conspirador Fethullah Gülen y con restablecer las relaciones con Bashar el Asad en diez días, para permitir el regreso de tres millones de refugiados sirios. Si algo une a las alianzas Nacional y Popular es su repudio al apoyo militar de EE.UU. a la rama siria del PKK.

La Vanguardia

 

 

 

 

 

 

 

 

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